"LA TRINI" CUMPLE 100 AÑOS

La cápsula del tiempo enterrada en el Pretil

Año 1960/1961. La cápsula del tiempo. 46 alumnos con el Padre Reyes y D. José Luís Alonso

¿Te apuntas a felicitar a ¨La Trini” por su Centenario?

Muchos exalumnos ya lo hemos hecho. Es muy fácil. Escribe unas líneas de felicitación, cuenta algún recuerdo y envíalo con una fotografía a [email protected]. Solo te llevará unos minutos.

MARIANO AVILÉS MUÑOZ (1954)

Madrid

No hubo que buscar mucho para encontrar la cápsula del tiempo enterrada en el Pretil; un espacio exquisito de juego y diversión frente a la iglesia de la Trinidad. Abrirla y destapar tantas vivencias de tantos niños de entonces, hoy mayores, algunos bastante mayores, si es que aún vive alguno de los que vieron nacer el colegio de la Trinidad, “la Trini” como coloquialmente nos gustaba llamarla; destaparla, decía, nos lleva a vivir de cerca la vida educativa de la posguerra en Alcázar, con el ahínco y tenacidad de maestros y padres trinitarios, cuando todo estaba por hacer, incluso forjar la personalidad de los que hemos llegado hasta hoy.

Las hojas del libro de la historia del colegio de los PP trinitarios, contiene hojas que han ido cayendo irremediablemente sobre quienes conocimos el colegio en los albores de la segunda mitad del siglo XX, cuando el seminario estaba casi al completo de quienes se dedicaban a la teología y no al mundo terrenal como éramos el resto.

Recuerdo a aquellos primeros frailes con esa sotana tan bonita y con una cruz que evoca todo lo bueno ¡qué bien luce en el pecho! Conocí poco, por mi corta edad, al padre Heliodoro de la Dolorosa; conocí algo más al padre Fidel (Fidelón); pero si realmente guardo un gran recuerdo es del Padre Reyes, abnegado trabajador de nuestras mentes y personalidad, aquel que fundara lanza en mano, capa, casco y coraza una legión de cruzados, a la que era un honor pertenecer para velar al Santísimo en los días preceptivos. Un adelantado de las reales asociaciones de caballeros de hoy.

Me sorprendió, cuando cumplí algunos años más, ver que debajo de la sotana los frailes llevaran pantalones que exhibían sin rubor cuando en el frontón del patio se enfrentaban en duelos que me parecían increíblemente difíciles. Descubría detalles que antes no los daba como naturales. ¡Mira que eran buenos jugando al frontón!, con pelotas de cuero duro y con una mano más dura aún que parecía predisponer a un buen capón a quien lo mereciera.

La úlcera del Padre Reyes marcaba un antes y un después del humor de aquel gran fraile, fallecido recientemente; hasta le hicimos una canción cuya letra, aunque no sea completa me atrevo, con permiso, a citar:

Quién inventó el bachiller/con lo fácil que es vivir/ quién invento la gramática, las matemáticas y el latín/Nada sabemos de César/Ni Pitágoras/Ni Calderón/pero, lo que nos gusta/ es armar jaleo en la clase de religión/. (fin de la cita). La letra continúa y se me antoja compararla con un cuadro de costumbres de la buena literatura.

Nuestro colegio era único, el mejor, claro que también dirían los mismo los de la Ferroviaria o los de la Academia Cervantes, pero lo cierto y verdad es que además de los frailes queridos teníamos como guinda un personaje sin parangón como era Pipi. Pipi era lo más; el más odiado, el más divertido cuando nos perseguía por los pasillos, el personaje más significado cuando ejercía de sacristán y encabezaba las procesiones con el incensario. Si no estaba Pipi, a la procesión le faltaba algo. Siempre odiado por nosotros los chiquillos que procurábamos hacerle la vida lo menos plácida posible.

 Sin duda desde aquellos años sesenta ha habido muchos vientos ábregos y muchas penas cuando a uno de los frailes lo destinaban a otro convento; sin duda que lo sentíamos; había que empezar de nuevo a conocer al sustituto, pero nos adaptábamos y queríamos conocer su curriculum a la hora de impartir castigos.

Días de cine en los que veíamos películas de santos e ilustrativas escenas de gentes que eran ascetas y que vivían en un estado de pensamiento muy lejos de nuestra revolución infantil; a mí la que más me gustaba era cuando ponían “Flecha Rota”, con un proyector raído que sin duda era tecnología vanguardista. ¡Esa película sí que tenía argumento! Y además con indios.

Excepcionalmente (rompiendo la clausura suigéneris de los trinitarios) el padre Reyes nos permitía ir a su celda en grupo, nos preguntaba por los estudios y nos regalaba alguna estampa de “Santos”. En aquellos tempranos años qué despacio pasaban las horas que nos permitían hacer tantas cosas: ir al colegio, recreos, hacer los deberes y jugar en el Pretil. Disfrutábamos corriendo y con cuatro artilugios construidos por nosotros mismos. El espacio destinado a clausura olía a la comida cocinada en los monasterios, un olor característico y fácil de identificar.

Han caído muchas hojas de ese libro ilustrativo del camino recorrido por el colegio de los Trinitarios en Alcázar. Hoy, mi nieto Mario, es alumno de segundo de infantil del Colegio, cuando el centro celebra cien años desde aquel octubre de 1924, y cuando me presto a recorrer el claustro, veo los pasillos por los que corrí, el patio en el que jugué, las clases que ocupé y percibo una sensación agridulce de todo lo pasado y que no volverá. ¡Gratos recuerdos!

Me trae el viento ábrego en ese momento un toque de nostalgia, remozado con el pensamiento de que hasta el otoño de la vida es bonito para recordar y disfrutar la realidad del legado que hemos dejado tanto a mi nieto como a todos los niños de esta maravillosa generación; ¡Cuantos hemos pasado por su historia!

En esos cien años se ha construido piedra a piedra un lugar de encuentro y educación desde la religión. He podido conocer a la profesora de Mario, Esther y a Isabel; observo que, aunque hayan pasado tantas décadas, el espíritu de cariño y amor de aquellos trinitarios que conocí lo han heredado maravillosos profesores que sabrán depositar en estos infantes la semilla del bien para la posteridad. Deseo que cumplan, al menos, otros cien años más. Felicidades y gracias.

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