"LA TRINI" CUMPLE 100 AÑOS

Sobre la autoridad atemporal de algún maestro trinitario

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photo_camera Año 1960. En pleno Corazón de la Mancha con traje de marinero

¿Te apuntas a felicitar a ¨La Trini” por su Centenario? Muchos exalumnos ya lo hemos hecho. Es muy fácil. Escribe unas líneas de felicitación, cuenta algún recuerdo y envíalo con una fotografía a [email protected]. Solo te llevará unos minutos.

EZEQUIEL CASTELLANOS MACIÁ (1953)

Collado Villalba (Madrid)

Como a mis dos hermanos mayores, Antonio y Emilio, mis padres me llevaron a estudiar a los trinitarios. Qué mayor prueba de su confianza aquella Institución.

Para mí y para mis amigos de entonces, los mismos de ahora, ser "del curso de..." es una forma de datar, se situar sobre el calendario a las generaciones de antiguos alumnos, como quien cataloga los vinos por cosechas o los soldados por quintas.

Algunos de aquellos maestros lo fueron para los tres hermanos y sus "leyendas" se transmitieron a modo de advertencias, a veces de recomendaciones, de amenazas otras, de una a otra generación. Voy a relatar un encuentro con uno de aquellos maestros hace unos meses.

Mientras desayunaba con unas compañeras en una cafetería de Torrelodones descubrí en una mesa, junto a la ventana, una figura inconfundible que me despertó fantasmas que creía ya borrados por la anestesia del paso de los años: era Don José María. Muchos sabrán ya de quien hablo. Si añado el apodo de "El Zorro", otros más habrán sentido como un escalofrío al recuperar la sensación de miedo al asistir a su clase sin haber estudiado la lección. Otros habrá que, indulgentes por la distancia y edad, lo habrán indultado ya en su memoria.

No me acerqué a su mesa la primera vez que lo reconocí... como si aún me impresionara su mirada de cerca; casi disimulé, agaché la cabeza como si aún temiera que me reconociera, me señalara con el dedo y me preguntara, me interrogara a mí, en mi pupitre de la fila tercera...-"Castellanos.. a ver...". Y esa mañana no me había repasado la lección. Temblor de piernas.

Pero al verlo allí en un rincón, algo encorvado, soplando la taza de café y luchando con el sobrecito de azúcar entre sus dedos, me envalentoné, y animado por mis compañeras a quienes había contado por encima algo acerca de aquel ahora apacible e indefenso anciano, me aproximé a su mesa. Me fui acercando con calma, con cierta gallardía y al mismo tiempo solemnidad, como si fuera a comulgar (!).

- ¿Don José María? - le pregunté. (Por supuesto, con el "Don" por delante; no se me ocurriría recordarlos ni nombrarlos como Antonio, José Luís o Ezequiel, eso repugnaría con mi memoria). Dije mi nombre (y, por supuesto, apellidos, como cuando se pasaba lista). Esbozó una sonrisa cuando mencioné "Colegio de los Trinitarios" y "Alcázar de San Juan". Yo desconocía su estado de salud y el de su memoria, pero reaccionó con emoción y "regocijo", como si acabara de reconciliarse gracias a mis palabras con una etapa de su vida que se le estaba oxidando por desuso.  Y yo mismo, también lo hice allí en aquel momento. Por un instante olvidé el pánico que entonces me provocaba sentirlo tan cerca, no recordaba haberles mirado a los ojos así nunca. Lo tenía allí, delante de mí, le pedí que volviera a sentarse (¡y me obedeció!). Le miré con cierta condescendencia...Pero aún me imponía. Aún lucía su bigote. Tuve que admitir que aún conservaba sobre mí su " auctoritas".

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