ALGO PERSONAL: Mi abuelo Antonio

DECLARACIÓN REPARACION ANTONIO TEJADO-2
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Corpus Christi, la Pascua de Jesús y San Antonio son las fiestas en que las criaturas que han hecho la primera comunión ese año lucen sus galas en una procesión. Ilusionados y, al final, cansados, desfilan por su pueblo y generan un recuerdo que les acompañará toda la vida.

Cuando yo hice la comunión, la procesión de San Antonio no salía a la calle. Solo se celebraba la función y se repartía el «pan de los pobres» que habían sido donados.

Esta fiesta me trae al recuerdo la figura de mi abuelo Antonio Tejado Lagos. No le conocí, pero he oído hablar mucho de él en mi casa. El marido de mi abuela Santiaga era un hombre bueno en el buen sentido de la palabra.

Trabajador ferroviario de antes de la Guerra, luchador por los derechos laborales, fue, después de la Incivil, depurado y echado de ferrocarriles, juzgado en el proceso general de Ciudad Real y condenado. Me contaba mi tía Isabel, la ciega, que fue al juicio, que mi abuelo, con serenidad y firmeza, se defendió de las acusaciones falsas que proferían contra él. 

Pasó mucho tiempo en prisión. Estuvo en Cuelgamuros, construyendo lo que allí se hizo; estuvo en el penal de Ocaña, a donde iba mi madre con mi abuela a visitarlo; y, cuando ya lo desahuciaron, lo indultaron para que muriera con su familia y en su casa: enfermo, sin trabajo, sin memoria. Por esta razón y por ser algo personal, quiero recordar su historia. 

He oído miles de anécdotas sobre él. Era un hombre sencillo y trabajador; le gustaban los toros y la feria de Albacete, a la que procuraba ir todos los años. Se casó con mi abuela Santiaga y vivían en la casa del jardinillo. Fueron padres de Sulfridio y de Fermina, mi madre. La vida en aquella casa no era fácil. Una familia de mujeres viudas o con maridos muertos, con hijos y sin recursos.

Nunca nadie le pidió perdón por el maltrato y los abusos que padeció sin justificación alguna. Años después, y de manera testimonial, solicité para él una declaración de reparación y reconocimiento personal, que no repara nada ni reconoce nada, pero que sirve para dejar patente que fue víctima del odio y de la violencia gratuita y absurda que España padeció. 

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