ARTÍCULO DE OPINIÓN

La deriva burocrática

Por Alfonso Carvajal

Mucho se ha escrito sobre la burocracia, pero más se ha sufrido a su costa. En nuestro ensueño, se antoja muro infranqueable, un obstáculo. Atisbamos el entramado, el papeleo y el burócrata; lo que subyace.

La burocracia es una forma de organización en la que un cuerpo especializado de empleados se encarga de controlar las transacciones de una sociedad; todas las transacciones, desde el nacimiento hasta la misma muerte pasando por los matrimonios y los negocios. La burocracia surge con la evolución del estado; llegado un momento, se separa la decisión —el poder—, de su aplicación y consecuencias efectivas. Se segrega así un cuerpo de funcionarios conocedores de la norma y su aplicación; es un buffer entre los gobernantes y los gobernados: desaparece el trato directo con el sátrapa. El sistema burocrático tiene sus reglas; constituido por funcionarios cualificados, una cadena de mando —está muy jerarquizado— y un sistema de reclutamiento garantizan su labor y su continuidad. No se trata de resolver problemas personales sino de tramitar expedientes; se rige por procesos y presupone la equidad. Son en todo caso gestiones —infinitas—: de un lado, permisos, con sus correspondientes tasas e impuestos; de otro, sanciones o multas. Lo mencionado hasta aquí, es descriptivo; para entender su esencia, diremos que va de control; el ejercicio del control sería pues el motivo de ese afán.

El término burocracia fue acuñado por el filósofo francés Vicent de Gournay en el siglo XVIII (bureaucratie, de buró, escritorio, y —cratie, gobierno); para este liberal el término tenía connotaciones peyorativas: "Tenemos una enfermedad en Francia que intenta obstaculizar nuestros esfuerzos; esta enfermedad es llamada buromania"; en otros momentos menciona “burocracia” refiriéndose a una forma de gobierno. Fue el filósofo alemán Max Weber el que, a finales del siglo XIX, teorizó sobre la burocracia y se erigió en su defensor. Consideró que la burocracia era una forma racional de organizar una entidad para conseguir que funcionara “con precisión, claridad, velocidad y eficiencia”; para él representaba una forma de dominación a través del conocimiento; conocimiento de la norma y de los procesos, añadiríamos nosotros.

Para el imaginario colectivo —intuyo que es el mío—, burocracia retrotrae al papeleo; y de eso, nos molesta su exceso: el exceso de trámites, la redundancia: en especial, en la era de la informática: creemos, por ejemplo, que ese dato adicional que se nos pide, ya lo tienen ellos. Nos retrotrae también a la despersonalización, al funcionario y administración inaccesibles: a la que padece el agrimensor K del Castillo de Kafka. Pero no son solo los trámites en los que nos dejamos el tasado tiempo de nuestras vidas, ni el hierático rostro del funcionario de turno. Hay más. La burocracia tiene intereses, ¡vaya si los tiene!; le interesa su permanencia, y sus privilegios: el statu quo y más; porque, como el Universo, tiende a expandirse: veamos una frase de J. Kerry, el que fue Secretario de Estado con Obama, “hay más funcionarios en el Ministerio de Agricultura que agricultores”.Sobre lo mismo, el sociólogo Robert K. Merton, en su obra Social Theory and Social Structure (1957), critica las ideas de Weber y apunta ya que los burócratas defienden sus intereses cuando se resisten al cambio —cuando impiden ajustes para mejorar la atención a los administrados: su inercia—; más reciente, y más demoledora, es la crítica de Niskanen en su Bureaucracy and Representative Government (1971), aquí se expone con elegancia la ”teoría de la elección pública”: en ella se rechaza la noción tradicional de que los funcionarios públicos están motivados por intereses altruistas en el bien común, y, al contrario, se considera que persiguen sus propios intereses como cualquier otro agente económico. Había que añadir algún pormenor. Su relación con el poder; y el poder que les confiere: cuando el gobernante electo tiene la legitimidad, pero no el conocimiento —suele ocurrir—, está en manos de los funcionarios: es su rehén. Ellos estaban ahí, y ahí seguirán: y, sobre todo, conocen la norma y los procesos: hete aquí su arrogancia. En el 1984 de Orwell se atisba un control remoto del estado, una intrusión en la vida privada de los individuos; en la actualidad, es un hecho. La informática es el mejor aliado del estado burocrático, lejos de facilitar los trámites —menor redundancia y mayor rapidez—, ha facilitado el control: rellenamos más formularios; propiciado todo por la facilidad que procura la aplicación. El control que se ejerce sobre las transacciones a las que nos referíamos al principio, pero también sobre la vida privada, es nuevo, de proporciones desconocidas; llega al absoluto. Si la burocracia es también un grupo con funciones e intereses determinados, la mentalidad burocrática que genera va más allá: permea todo.Para mi generación la intrusión en la vida privada es tabú. No parece así para las nuevas: tal vez sea este el mayor logro del estado.

Intuyo por lo dicho una deriva burocrática; es más, la siento. El tiempo que nos roba, no volverá; me preocupa. ¡Qué decir de la autonomía (la libertad)! En los ámbitos que conozco —es una forma de hablar—, percibo esa deriva; oí decir a un rector que en la Universidad (española) “hay mucha norma y poca vida”. Muy cierto: nada más opuesto al conocimiento que la enseñanza reglada. La sanidad, de otro lado, aparece más rígida. El sistema ha convertido al médico de cabecera en un burócrata: parapetado en la pantalla del ordenador, estará más pendiente de rellenar formularios que de dedicarnos una mirada; no digamos ya de entablar una conversación. Nos haremos, eso sí, con un fajo de recetas. Pero hay más; diremos, etcétera, y tal y tal: que cada cual ponga su causa.

Volvamos a Weber, el valedor de la burocracia; supo ver también el riesgo que entraña para la libertad de los individuos; habló de una “noche polar” y de una “jaula de hierro”, ¿ha llegado esa noche? ¿Estamos en la jaula?

Alfonso Carvajal

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