ARTÍCULO DE OPINIÓN

El comunismo de China padece el capitalismo más salvaje

Por B.A.M.

¿Qué queda del comunismo? Me pregunta mi marido (gran interesado en los sistemas comunistas)  a nuestra llegada al mítico país del Oriente, del que hemos heredado tantas cosas sin saberlo, y que ahora presenta un futuro inquietante, China.


      El gigante dormido, que está despertando, y tomando la carrera a marcha forzadas, se debate entre las secuelas de su régimen político radical, tan comunista y,  avanza por delante del sistema al que quiere emular, el capitalismo. Qué curioso ver despuntar las atribuciones del capitalismo más feroz sin poder librarse de las secuelas, rémoras del comunismo épico del pueblo chino.


      Llama la atención la contraposición de la dura vida de una estudiante, estoica, en su humilde dormitorio que comparte con otras seis, frente al lujo insultante que rezuma una ciudad casi colonial (francesa e inglesa desde la Guerra del opio) como es Shanghai.


      La clave para la interpretación del momento en el que se encuentra China me la dio un ciudadano chino jubilado que se iba a volver a Taiwan, donde nació, porque estaba comprobando que los valores sociales que siempre habían imperado en la sociedad, se estaban esfumando y ahora «cada uno iba a lo suyo». Hombre culto y viajado, se mostraba muy dolido con la situación y con la evolución de los «avances sociales». «No me gusta el comunismo de China, es el capitalismo más salvaje, no es comunismo».


      Actualmente, a los chinos les gusta decir  que han entrado en una nueva «era» dirigida por el presidente Xi Jinping, promueve la que llaman Fiesta contra la corrupción (que anuncian a bombo y platillo en los medios de comunicación internacionales); los nuevos líderes, promulgadores de una nueva época que hereda lo mejor del pasado y se abre a un nuevo futuro. Una etapa en la que el nuevo gobierno lucha de manera acérrima, como ellos parecen hacerlo todo, contra la corrupción que ha reinado en los últimos años y corrupción a la que culpan de las desigualdades sociales y dificultades que atraviesan muchas personas en la sociedad china de la actualidad.


¿Qué queda del comunismo? me pregunto; para mí que, casi, solo la «nomenclatura», y los aspectos más rancios, es decir los siete funcionarios en cada puesto, de esos que dejan entrever los malos modos autoritarios que parece caracterizar a los sistema totalitarios; la intimidación, a la que sistemáticamente te someten en los infinitos controles de entrada a: museos, metro, trenes, monumentos, palacios, templos; los empujones con los que se cuelan, o las infinitas y absurdas colas para todo, entre otras.


    Escenas que espero desaparezcan, junto a otras como el escupir en público  o en cualquier sitio: autobuses, hoteles, en la calle, incluso en el tren bala; espero que desaparezcan los agujeros para hacer pis (aunque ellas  los prefieren en los sitios públicos), pero también espero que desaparezcan, igual de rápido que proliferan, los coches de alta gama o los almacenes de firmas de lujo internacional  que  escupen recordando a los ciudadanos que, en la sociedad en la que viven, nunca los podrán disfrutar.


    Espero que desaparezcan también los controles en las comunicaciones. Es muy duro explicar que, en el tiempo que estuve, no pudiera usar ninguno de los servicios de Google, ni whatsapp.


¿Qué les queda? continuaba preguntándome. Pues algunas cosas conductas  que llaman la atención: la obediencia, la paciencia para hacer colas -de más de una hora- sin protestar, la dedicación, la minuciosidad,   la delicadeza con la que ofrecen sus pequeños tesoros, con que te muestran su cultura o el empeño que ponen en todo lo que hacen.


    Me pregunto, y de antes del comunismo, ¿Qué les queda? Les queda lo más curioso,  la antigua ópera de Pekín, creo, porque lo demás lo quemaron los ingleses (en su fase colonial después de la Guerra del Opio).


    Aunque, siendo como son, igual de rápido que han reconstruido lo más relevante de su cultura ancestral, que tanto nos ha maravillado siempre, seguro que el gigante dormido, que está despertando, tiene mucho que decirnos a nuestro conveniente mundo occidental. ¡Ojo! Son unos 1.600 millones que ya no quieren vivir de espaldas al mundo de occidente, ahora quieren ser el mundo, también el de occidente y en ello están trabajando con la minuciosidad aprendida.


    En fin que, usando las palabras del dramaturgo Juan Mayorga, «he llegado tarde» o, al menos eso pensó él en su viaje invitado por el gobierno hace años. Yo también he llegado tarde, mucho más, pero, igual que llegué tarde a Berlín, a la Unión Soviética o a Cuba. Países en los que mi marido me hizo la misma pregunta y donde la respuesta puede ser similar aunque  con matices.

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