Artículo escrito por BELÉN LÓPEZ JIMÉNEZ ( www.academiadepinturabelenlopez.com)

Delicias Pintadas

El Arte es el reflejo de la propia vida y la gastronomía no le es ajena;  los alimentos  han  sido un motivo recurrente desde los inicios. Adentrémonos en un rápido recorrido por “las delicias pintadas” el placer comerlas y de verlas que con la llegada del verano salen a la calle.

Considerado en la Edad Media como un género menor por debajo de la figura humana que era la gran obra del pintor; ha inspirado a generaciones de artistas para quienes el mundo de los alimentos era sumamente exquisito e interesante como para pintarlo y hacerlo imperecedero. Y es que como decía el genio surrealista Salvador Dalí: “El verdadero artista es aquel que es capaz de pintar una pera rodeado de los tumultos de la historia”. A veces el motivo pictórico por sencillo y banal que parezca, como una simple pera, es suficiente para evadirse de esos “tumultos” y dignificar un elemento de la naturaleza que hoy nos parece tan accesible y cotidiano.

Alimentos, bebidas y recipientes donde almacenarlos, cocinarlos y degustarlos han aparecido en obras de Arte de todos los tiempos.  Pero a partir del siglo XV-XVI empieza a verse como un elemento principal de la composición bajo la denominación de “naturalezas muertas” y “bodegones”. Aparentemente son imágenes desprovistas de simbolismo, pero muestran el mundo de la cotidianeidad enmascarado en objetos, hortalizas, animales de caza, frutas o pescados, que no son simplemente eso sino metáforas cuyo significado la pátina del tiempo nos dificulta descifrar.

A finales del siglo XVI el bodegón es ya un género independiente que se representa de manera distinta según las escuelas pictóricas, pero que es trabajado por artistas menores. Ya en el siglo XVII es uno de los grandes géneros de la pintura barroca donde son destacables los artistas centroeuropeos que muestran la opulencia de las mesas y festines palaciegos. Como Clara Peeters, pionera en la pintura de lo cotidiano; en un mundo de hombres en el que la mujer no podía formarse ni pintar grandes géneros como el desnudo o el retrato, consiguió abrir su propio taller con discípulos. Tuvo un mercado importante y fue una artista de éxito que se pintaba reflejada en los ricos objetos de sus cuadros, que nos hablan de un mundo pudiente lleno de simbolismo. (Es la primera mujer a quien el Museo del Prado dedicó una exposición individual).

Los españoles marcaron una personalidad muy diferente a los bodegones italianos o flamencos haciendo de ellos algo místico y religioso; es el caso del minucioso Juan Sánchez Cotán o el sublime y simbólico Zurbarán que da divinidad a sus frutas y corderos, de quien Julián Gallego diría “Solo al ver uno de sus bodegones ser fruta, taza, servilleta, plato o cacharro es algo casi tan esencial como ser hombre”.  Notable también es la sensibilidad profunda y humilde con la que Luis Egidio Meléndez pinta décadas mas tarde los frutos de la tierra enmarcados en los propios campos españoles.  Delicias culinarias llenas de hermosos colores que decoraron palacios y residencias de coleccionistas.

Pero además, especialmente interesantes son las “delicias pintadas” que muestran el placer de los alimentos y el deleite de compartirlos en celebraciones y reuniones sociales. Aparecen  a veces dentro elocuentes obras de Arte, motivo de reuniones religiosas como La cena de Emaús (1601) del enigmático Caravaggio, son degustados por comensales o se están cocinando en la cazuela….En este sentido existen dos obras maestras distantes en el tiempo: La vieja friendo huevos de Velázquez y Los niños comiendo melón y uvas de Murillo.

La Vieja friendo huevos es su primera gran obra fechada  donde  su destreza en la imitación de la naturaleza es magistral. El realismo que dota a los personajes que emergen al estilo tenebrista en el ambiente de una cocina de su tiempo es comparable al naturalismo de los objetos y alimentos cuya esencia Velázquez sabía pintar como nadie. Murillo sin embargo representa la comida como sustento de unos niños que mendigan en la calle, reflejo de la picaresca española. Estos niños de pies sucios y descalzos que acaban de robar un cesto de frutas me inspiran dignidad y humanidad y sobre todo son el fiel reflejo de una escena que debía ser habitual en la Sevilla de la época donde la pobreza, la miseria y el pillaje eran habituales.

Dos maestros que captan el devenir de la España del Barroco y que al contemplarlos no hace falta irse tan lejos en el tiempo sino que me parece estar viendo a mis abuelos preparando la comida con los cacharros de Velázquez y en esas calles de Murillo, dándose un buen festín de uvas recién traídas de la viña.

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