ENCUENTROS EN LA CASTELAR

Hoy, con una mujer víctima de la violencia de género

Por Antonio Leal Giménez

Según los últimos datos de Naciones Unidas, unas 50.000 mujeres mueren al año en el mundo víctimas de la violencia doméstica. España está en la parte baja de la tabla pero cualquier cifra es inaceptable. Las cifras confirmadas oficialmente respecto a asesinatos machistas desde el año 2003 superan las 950 víctimas. Se trata de un suma y sigue cada año y son una auténtica vergüenza en todos los países del mundo, que presumen de educar en la igualdad y se da en todos los niveles socioeconómicos y culturales. Se trata de una lacra que ningún Gobierno ha sabido atajar y en que existen daños colaterales que no suelen evaluarse como es el caso de los numerosos niños que han quedado huérfanos de madre.

La agresión a la mujer no es un tipo de violencia nuevo en la sociedad actual, ha existido siempre, como consecuencia del papel que se le asigna al género masculino y al femenino, y representa un grave problema social, tanto por su alta incidencia en la población como por las graves consecuencias físicas y psicológicas que produce en las víctimas. Durante años considerada como un problema de ámbito familiar y catalogada bajo el concepto de “crimen pasional”, la violencia de género tuvo que esperar muchos años, concretamente hasta diciembre del año 2004, para que se aprobara una ley para combatirla: la Ley Integral contra la Violencia de Género. Desde los años 80 hasta la actualidad, España, al igual que muchos otros países del mundo ha adoptado medidas para condenar todo tipo de discriminación y violencia contra las mujeres, aunque todavía hay muchos en los que no se pone en práctica.

Está claro que son medidas necesarias y que han supuesto un paso adelante para luchar contra esta práctica atroz, pero todas estas medidas siguen sin ser suficientes. El mal no remite, y algo falla cuando casi tres da cada 10 adolescentes considera que la violencia en la pareja es natural, según una investigación realizada por el Centro Reina Sofía.  La violencia de que es objeto la mujer, con mayor impunidad dentro del ámbito doméstico, sigue siendo aún, a pesar de la creciente sensibilización en torno al tema, un área en la que hay múltiples carencias en la investigación y, sobre todo, en la intervención social. Hoy día, como evidencia su proliferación tanto en los medios de comunicación como en la convocatoria de múltiples foros de discusión y análisis, se reconoce que la violencia contra la mujer forma parte del debate público, condenándola como violación de los derechos humanos. Pero, frente a ello, los datos estadísticos que, de forma casi mimética, se reproducen de un año a otro nos hablan de la necesidad de aproximarse al maltrato desde otros parámetros. Las cifras no pueden ser más elocuentes: entre 80 y 90 muertes, alrededor de 16.000 denuncias y la sorprendente evidencia de que estas sólo representan un 10% de las agresiones realmente producidas durante el pasado año.

Hoy nos encontramos en "La Castelar" con una mujer que ha vivido muchos años bajo los malos tratos de su pareja y que por motivos de privacidad de la protagonista, nos ha pedido mantener su anonimato y como es nuestro deber, así lo hacemos. Queremos reseñar nuestro agradecimiento por su confianza y sinceridad,

PREGUNTA: La conversación comienza pidiéndole a Rosario que nos cuente en pocas palabras su historia.

R. Me considero una mujer fuerte y con personalidad. Tengo estudios superiores y he sido víctima de malos tratos durante más de quince años. Actualmente  me siento una mujer feliz. Al principio mi relación era muy intensa porque los dos éramos muy pasionales, nos lo pasábamos muy bien y nos queríamos mucho. He vivido muy buenas experiencias a su lado. Todo iba bien hasta que empezó a cambiar. Fue un gran compañero de vida. Lo conocí en la Universidad donde los dos estudiábamos la misma carrera. Sus ganas de querer cambiar las cosas con las que no estaba de acuerdo, su inconformismo frente a las injusticias, su pasión por el teatro y por conocer mundo, nos unió rápidamente. Tuvimos dos hijos en nuestro matrimonio. Con el tiempo todo fue alterándose y las cosas empezaron a ir de mal en peor. Él fue transformándose, pero yo me mantenía enganchada y absorbida por mis hijos y quizá por el recuerdo de aquellos primeros años. Pese a todo, reconozco que no era consciente de que estaba siendo víctima de malos tratos físicos y psicológicos. Relativicé sus ataques de celos, su agresividad... Y justificaba con cualquier argumento sus desprecios, sus ataques verbales, sus faltas de respeto... El problema llegó cuando comenzaron las discusiones y las agresiones verbales y físicas. No era consciente de nada. Un día, me empujó y me tiró al suelo mientras me tachaba de incompetente y profería otros insultos, delante de los niños. Al poco tiempo, de pronto, me vi con un cuchillo en el cuello... Yo estaba en una burbuja incapaz de reaccionar. Nuestra última pelea, que fue bastante grave hizo que me decidiera a denunciarle y marcharme con mis hijos.

 

 

P. ¿Cómo era todo antes de comenzar la situación que hoy denunciamos?

R. Pues todo era perfecto, era súper detallista, yo por aquel entonces tenía 19 años. Nos casamos al terminar nuestras carreras. Éramos felices, ya que los dos teníamos un buen trabajo. Vinieron los niños y nuestra vida transcurría con normalidad.

P. ¿Cuánto tiempo transcurrió desde que comenzó a dominarte hasta que fuiste consciente de lo que estaba pasando?

R. En realidad fue desde que, por circunstancias profesionales, le despidieron del trabajo. No teníamos problemas económicos dado que yo ocupaba una buena posición en la empresa que trabajaba. El no pudo soportar el pensar que tendríamos que vivir de mi sueldo. A veces ejercía un papel casi paternal, de protección y eso llevaba implícito el control de la familia. Pensaba que eso era bueno, que te quiere mucho y que por eso se preocupaba tanto. Luego todo se deformó de una manera rápida.

P. Hasta que todo empezó a cambiar ¿Cuándo te diste cuenta, por primera vez, de que era una persona violenta? ¿Recuerdas ese primer 'pronto' que tuvo contigo?

R. Recuerdo vagamente los primeros gritos, malas contestaciones, faltas de respeto, desprecios. Venían por pequeñas discusiones en las que no estábamos de acuerdo sobre algo. influía mucho su estado anímico, cómo le había ido el día, la búsqueda de trabajo, algún roce con sus amigos...

 

 

P. ¿Por qué la mujer  trata casi siempre de justificar el maltrato por parte de su pareja? ¿Por qué a algunas mujeres les cuesta tanto animarse a denunciar?       

R. Al principio, casi no te das cuenta que eres víctima del abuso sino que crees que todo se debe a factores como el estrés, problemas en el trabajo, en mi caso, entre otros. De hecho, te sientes culpable por no lograr ser lo que el hombre necesita para encontrar su felicidad; gran parte de esta actitud proviene de nuestro bagaje cultural tradicional, donde la mujer tiene un rol sumiso, abnegado y dependiente. También juega un papel relevante el miedo a las represalias y el miedo social que nos lleva a que nadie nos crea. Una, como mujer, se siente juzgada constantemente. Hay una enorme presión sobre nosotras. Debemos ser las mujeres perfectas, las amigas perfectas, las parejas perfectas... Y además, agachar cabeza. Hay muy poca concienciación sobre la gravedad del tema, falta de sensibilidad y mucha ignorancia. Desde el "te lo merecías" al "yo, si hubiese sido tú, no le permito que me toque ni una sola vez, ¿cómo lo has permitido?" Y ahí entran la culpa y la vergüenza.

P. La primera "mano encima"...¿Falta de respeto como cuáles? ¿Llegó a agredirte? ¿Qué te hizo?

P. Al principio eran agresiones verbales, puntualmente físicas. Con el tiempo, las barreras se cruzaron y solo hubo una escalada de agresividad en sus distintas formas. Las agresiones físicas eran de las que no dejan marca: manotazos, zarandeos, acercaba su puño a mi cara y hacía como si me fuese a golpear... Es difícil y doloroso hacer memoria sobre estos episodios. La mente lo ha escondido tanto todo. Ahora, con el tiempo, rescatar esas imágenes me supone un gran esfuerzo a nivel de memoria, y sobre todo emocional.

Nunca pensé que llegaría, la verdad, pues estaba acostumbrándome a los insultos y a los gritos, no me dejaba salir arreglada y era muy posesivo, pero realmente nunca pensé que me fuese a agredir así. En ese momento lo único que pude hacer es reaccionar violentamente y empujarle. Fue una mala decisión pues volvió a abofetearme ante mi respuesta y recuerdo que esa noche se fue de casa y yo no pude pegar ojo, preocupada por si le pasaba algo. Él criticaba mucho mi vida en general, mis decisiones, mi forma de relacionarme, mi trabajo. Todo. Y lo hacía para dañarme, para hacerme sentir una mierda.

P. En tu relación, ¿cuál fue el punto de inflexión que te hizo abrir los ojos?

R. Una bofetada muy fuerte que me dio delante de mis dos hijos. Eso me hizo darme cuenta pero no llegué a decir “hasta aquí”. Raras veces se es capaz de decir “se acabó” con determinación salvo que acabes en el hospital. Ese no fue mi caso. Nunca tuve heridas tan desgraciadas como otras mujeres, pero sí fui víctima de patadas, bofetadas, insultos, vejaciones… El dolor físico se queda ahí pero me volví una mujer torpe, acomplejada, que tenía la sensación de que la gente notaba lo que estaba pasando. Después de recibir la primera bofetada y de ver los ojos de mis hijos observando lo que había sucedido me dio miedo que ellos fueran los siguientes. Lo hice por ellos.

P. ¿Puede haber verdadero amor de parte de un hombre que maltrate físicamente o psicológicamente a su compañera? Cómo convencer a una mujer que ninguna conducta que ella tenga, puede ser motivo para ser maltratada?

P. Pienso que una persona que maltrata física, emocional, sexual, o económicamente, en general no tiene un amor profundo por sí mismo, y al no poder amarse, no puede amar a los demás de manera plena. El respeto y el amor junto al fomento de la autoestima son los elementos claves. Pero también se necesita apoyo de profesionales del derecho, de salud mental y sobretodo de disponer de una economía suficiente que te permita vivir. Con herramientas como estas se puede una enfrentar a la situación y  tirar para adelante.

 

P. ¿Puede una mujer cambiar el comportamiento de un hombre violento sola sin la ayuda de algún profesional?

R. Nadie puede cambiar a nadie su comportamiento, si esa persona no desea asumir por su propia cuenta el deseo de cambio, Un hombre violento es una persona que necesita amor y apoyo de profesionales, de familiares y de amigos, pero sobre todo, necesita tomar la decisión de querer dar vuelta a su vida en forma positiva.

P. ¿Qué le dirías a una mujer que que esté siendo maltratada por su pareja psicológica o físicamente?

P. Le aconsejo que analice su vida como si no fuera ella, desde fuera, como si lo que está viviendo le pasase a una amiga suya. Que reflexione sobre lo que vive como si estuviera mirando un cuadro en la lejanía y que sea sincera con la realidad. Una vez que haya aceptado que algo falla, que eso no es amor, creo que es bueno que busque alguien con quien tenga confianza para que la vea llorar, enfadarse o estar hecha una porquería. A partir de ahí que busque asesoramiento. Que pregunten, pregunten y pregunten. Hay asociaciones, que te orientan desde el primer momento. Y también les diría que nunca se sientan culpables por poner la primera denuncia. Porque una vez que das el salto siempre hay algo debajo, siempre caes en una red.

P. ¿Consideras que la tolerancia se puede hacer más visible en sociedades donde las creencias religiosas tienen un mayor arraigo?

P. El desarrollo del acoso en todo el mundo no tiene nada que ver con las creencias religiosas de una sociedad. En mi caso, está  mucho más ligado al cambio de la sociedad bajo la influencia del mercado en el mundo laboral.

P. A nivel educativo, ¿cómo se podría evitar que esto siga ocurriendo en el futuro?

P. En los patios de los colegios muchas veces se repiten los mismos esquemas que hace 50 años: ellos juegan al balón como locos y ellas están hablando sentadas. Es necesario cuidar detalles como el lenguaje, los juguetes que se regalan a los niños, la publicidad. Del mismo modo, hay que acabar con la concepción idealizada del amor que transmitimos principalmente a las chicas.

 


P. ¿Cuándo te decidiste a denunciar? ¿Crees que la gente de tu alrededor te apoyó lo suficiente?

P. Aunque personas de mi círculo de amistades ya me lo aconsejaron, hasta la última agresión, la que fue más violenta, no fui capaz. Y aún así, fue una de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar en mi vida. Necesité algo de claridad en mitad de toda la vorágine que supuso ese día concreto y el posterior, las preguntas ante la policía, fotografías... Todo ese rollo tan desagradable, para hacerlo. El apoyo de alguien de su entorno más cercano fue clave. Debo de decir que he tenido a mi lado a algunas personas que sin ellas no hubiese sido capaz de seguir adelante, en muchos sentidos, y a las cuales estaré eternamente agradecida. Es verdad que cuando vives una situación así, en la que te encuentras completamente perdida a nivel emocional, el sentimiento de soledad es muy frecuente.

 

 

P. ¿Qué tiene que saber una mujer antes de dar el paso de denunciar? ¿A qué se va a enfrentar?

P. No tienen que tener miedo porque la situación siempre va a ir a mejor. A peor es imposible. También creo que es importante contar con el apoyo del entorno más cercano. Si viven lejos de sus familias que vayan a verlos y les cuenten todo desde el minuto uno. Además deben perder el miedo a ser juzgadas porque su conducta no es la anormal, ellas son las víctimas. Y, por último, que se asesoren muy bien. Que sepan sus derechos y no se dejen arrastrar por chantajes emocionales porque eso es lo primero que va a hacer: prometerte que cambiarán y que van a convertirse en una persona nueva. Muchas veces esto provoca que se de un paso hacia delante y dos hacia atrás.. Muchas de ellas dependen de ellos económicamente y si tienen hijos en común la cosa se complica todavía más.

P. Hablamos de poner límites, ¿cómo ayudarías a otras mujeres a identificar esos límites?

P. A mí me costó mucho identificarlos, reconocerlos. Supongo que era porque me pasaba a mí. Si una amiga me cuenta mi historia como si le pasase a ella, los hubiese identificado a la primera. No sé, es difícil hablar. La teoría nos la sabemos todas, pero cuando te ves, o más bien, no te ves, en una espiral de agresividad y violencia estás desubicada. Pierdes la visión real de las cosas. Lo mejor es contarlo, hablarlo con quien tengamos confianza, con alguna profesional, superar esa vergüenza y dejar que nos ayuden.

 

 

P. ¿Cómo te sientes ahora?

P. Es un camino difícil y lento pero tengo muchas ganas de luchar. Tanto personalmente como profesionalmente. Veo a mis hijos sonreír y ser felices, y eso me hace feliz. Estoy aprendiendo a disfrutar de las pequeñas cosas, a verme bien, a ser libre...me encuentro libre.

P. ¿Hay algo más que te gustaría compartir nuestros convecinos después de que nos hayas contado tu experiencia tan conmovedora?, ¿nos podrías dar algunos consejos acerca del tema?

P. Antes que nada, quiero agradecerte este "Encuentro en la Castelar". Me he sentido muy cómoda y en cierta medida me ha ayudado. Que se sepa que debemos cambiar la estructura de nuestra sociedad para que ninguna mujer sea "violentada". Para que no haya ni una mujer asesinada más. Que nunca se permita que nadie haga que las mujeres nos sintamos inferiores, que a la mínima se busque ayuda y se denuncie ya que disponemos de muy buenos profesionales con métodos suficientes para paliar este lastre.

 

Quiero agradecerte de corazón que hayas abierto tu vida y tus sentimientos hacia mi, una persona con la que apenas  tienes confianza. Gracias por tu mensaje lleno de optimismo y capacidad de superación.

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