A Áureo

Por Santiago Ramos Plaza

A la luz de la pintura se acerca mucha gente

llamada, gente de la ciudad y gente del campo.

La luz, según llegan, se va posando en ellos

a la manera del sol, hasta observarlos,

escudriñarlos y entrar en sus moradas de vida,

colocándose a comodidad de todos.

Hay quienes pronto se cansan, o se enfrían,

o se acaloran, o les entra el sueño súbito,

que es mucho peor porque se derrumban. Y a solas

rodando, descienden la cuesta de su caída

desapareciendo de la escena común.

Pero a cuantos prosiguen bajo la iluminación,

que no es de un aplique, ni de una lámpara.

ni de una farola, pues se parece más su foco

al tablero de una mesa camilla en

altura considerable, los cubre

y les infunde la luminosidad de la pintura

en el espíritu que trajeron dispuesto como

un altarcillo, iniciando su propio

camino abierto, senda brillante alzada del suelo.

Muchos años atrás, inició su acercamiento a la luz

alzada, nuestro pintor Áureo,

al que yo he visto en revelación encendida,

cogido del brazo por un rayo de su pintura,

de paseo por el claustro románico de Silos,

avisado en mi celda por el ciprés “enhiesto

surtidor de sombra y sueño”.

    

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