ENCUENTROS EN LA CASTELAR

Hoy, con Óscar Escudero Romero (Joven compositor musical)

Por Antonio Leal Giménez

Alcazareño apasionado que de niño soñaba con la música y que, gracias a su empeño, ha conseguido hacer sus sueños realidad; siendo hoy, con tan sólo 26 años, uno de los compositores jóvenes más prometedores de Europa. Cursó sus estudios de Grado Profesional en el Conservatorio de Música en la calle Jesús Romero. Tras un breve paso por Madrid, obtiene los títulos de Composición y Oboe en el Conservatorio Superior de Música de Aragón. Formó parte de la decimotercera promoción de jóvenes creadores de la Fundación Antonio Gala. El curso 2015/2016 se trasladará a Århus (Dinamarca) para cursar estudios de Máster con los compositores Simon Steen-Andersen y Niels Rønsholdt. En aras de su necesidad de intercambio y “contaminación” artística ha participado en numerosos festivales internacionales y su trabajo ha sido reconocido con méritos como el Primer Premio en el ‘Thailand International Composition Festival’ (Bangkok, 2013) o el de Primer Premio Jóvenes Compositores organizado por SGAE y el Centro Nacional de Difusión Musical (2015). Además, recibió con ilusión en su propia tierra el Premio “Corazón de la Mancha” a la Proyección Artística otorgado por Onda Cero y este año ha sido nombrado pregonero de las Ferias y Fiestas de su Alcázar natal. Ha sido galardonado por la Academia de las Artes de Berlín con el Busoni Förderpreis 2017, que concede bienalmente a la trayectoria y proyección de jóvenes compositores del panorama internacional. Actualmente, sus obras se programan de manera continuada a lo largo y ancho de la geografía europea.

Óscar hace un amplio uso de las nuevas tecnologías en sus obras y por reinterpretar los conceptos de "tiempo" o "escenario", por lo que construye sus obras en torno a unos espacios híbridos en los que los intérpretes se rodean de instalaciones multimedia que les enfrentan a una fragmentación de sus identidades, algo muy común en nuestra realidad diaria cuando nos sumergimos en el mundo digital.

Excepcionalmente nuestro “Encuentro” no va a tener lugar hoy en La Castelar, sino merendando un gran trozo de la delicada tarta de chocolate con nata en el Café Sacher, en Philharmoniker Str., cerca del State Opera House de Viena, ciudad en la que vive en la actualidad con la intención de labrarse un camino en el mundo de la música, una carrera que requiere de mucho esfuerzo, pero también mucha suerte.




 

P. ¿Cuáles son tus raíces musicales (reales o imaginarias)? ¿Cómo recuerdas tus comienzos en la música? ¿Cómo fueron tus primeros pasos?

R. Creo que en general siempre fui un niño inquieto y algo temerario. Componer música fue un experimento más de los que llenaban mis tardes: editar el periódico de la clase, zamparme colecciones de astronomía por fascículos, escribir cuentos… Solo que este fue un poco más lejos; me llevó a salir de mi habitación y apuntarme a clases, lo cual me hizo en algún momento ser consciente de la infinitud del camino que podía tomar. Creo que la imposibilidad de encontrarle límites al lenguaje musical me enganchó.

P. ¿Recuerdas la primera vez que escuchaste una obra musical? ¿Cuál fue esa primera obra? ¿Qué impresión te causó?¿Tienes referentes que hayan guiado tu camino?

R. No recuerdo exactamente ese momento, lo cual quiere decir que no hubo flechazo. Por seguir el símil, no fue la música quien se acercó a mí entre la multitud, sino más bien al revés por las razones que te he comentado. Tengo muchos referentes (algunos de ellos compositores, pero también personas dedicadas a la vídeo-creación, a la performance, a la filosofía y a otras tantas disciplinas) con los que intento ser igual de crítico en cantidades proporcionales al amor que puedo profesar a lo que hacen.

P. Séneca decía que no había genio sin un gramo de locura. Otros autores dicen que el genio supone tener una capacidad por encima de la media para la creatividad y la excelencia, y que estas cualidades en parte son innatas. ¿Te sientes bien si te digo que me pareces un genio? ¿De dónde te viene tu genialidad?

R. Nunca me ha gustado esa palabra por varias razones. Una de ellas tiene que ver con el halo de inviolabilidad y de adoración con la que cubre a las personas que así se las define. Para mí, la creación artística actual debe ejercerse en sociedad y, como tal, ser un revulsivo para la discusión crítica, al igual que la política o la ciencia. Esta perspectiva, en sí misma, ya es anti-mesiánica. Por otro lado, la cualidad de lo genial en las personas, que para mí contiene un matiz diferencial importante, proviene en gran parte de condiciones que son susceptibles de ser educadas: la capacidad de asociar y pulir ideas, la puesta en referencia con las que las rodean, la observación sensible…

P. ¿Cómo es tu proceso de creación de una obra?  ¿Qué porcentaje consideras que hay de inspiración y de conocimiento? ¿Durante tu formación como compositor te ayudaron a desarrollar la creación individual y solitaria?

R. En sentido estricto, me es muy difícil delimitar los momentos que forman parte del proceso creativo y apartarlos de los que no: emitir una opinión en una conversación, leer una noticia online, ver un videoclip en YouTube o una serie en Netflix… todo nos constituye como individuos del ahora y, de una manera o de otra, nos hace reaccionar. Una obra es una respuesta muy meditada, que puede llevar dos, tres meses o un año en ser fabricada, como el que calla en una conversación esperando su momento. La inspiración se construye sobre una vivencia crítica, la cual se basa en un conocimiento adquirido, consciente e inconsciente; en un entender lo otro pasado por el uno mismo. Por lo tanto, no hay diferencia entre ambas, como mucho momentos de gracia acompañados con un Xerez.

Respecto a lo que dices de crear como un acto solitario, creo que si bien mi formación estuvo individualmente centrada en adquirir herramientas para afrontar los retos que pudieran ponerse por delante, también me aportó estrategias para escuchar el entorno. La figura de la persona que interpreta la obra, su intervención, es algo que siempre vi como un pequeño experimento social. Con el tiempo, me di cuenta de que poniendo la subjetividad del intérprete en un radical primer plano se puede apelar a ciertos dilemas que en su fondo y en su forma me parecen muy actuales. Por eso todas mis últimas obras deben ser personalizadas por los intérpretes; sus identidades, físicas y virtuales, modifican la obra y finalmente la acoplan como una prolongación de ellas mismas.

P. Además de la creación individual como compositor, ¿te sientes bien con otros modelos de creación? ¿Crees que hay otros modelos posibles?

R. Claro que los hay y creo que actualmente estoy encontrando un buen balance entre los proyectos que emprendo en solitario y aquellos que llevo a cabo en colaboración. Para las producciones que podrían enmarcarse bajo el nombre de “teatro musical”, actualmente me encuentro en un proceso muy vivo de colaboración con la artista y musicóloga Belenish Moreno-Gil, con quien ya he realizado una pieza previa (OST) y con la que me encuentro trabajando en varios proyectos a la vez. Crear con Belenish es muy recompensante porque, además de ser una persona llena de ideas y de sabiduría escénica, es mi pareja. Por otro lado, nos hemos embarcado en otro proyecto creativo mayor, CLAMMY, un grupo poliédrico y chispeante de músicos volcados en la escena y la tecnología al que nos une la voluntad de crear nuestras propias producciones.   

P. Sueles utilizar la tecnología y la imagen como recurso compositivo, para tratar de conectar con una sociedad digitalmente alienada. ¿Qué compositores y compositoras te han servido de referente para el trabajo con tecnología y medios audiovisuales? ¿Cómo y cuándo fue el cambio del papel pautado a la pantalla?

R. Siempre digo que por edad, por amistad y por las características de su obra, considero que el compositor alemán Michael Beil es una figura clave. Estoy seguro de que a él no le gustaría que le llamara “padre musical”, pero desde que conocí su obra valoré la pureza técnica y conceptual con la que aborda el diálogo entre los intérpretes y sus réplicas en el vídeo. El proceso de construcción de la obra es el sujeto mismo de todo su desarrollo; eso siempre me ha inspirado mucho. Además, Stefan Prins, Simon Steen-Andersen o Kaj Duncan David son personas de cuya aproximación y comentarios siempre he aprendido mucho. No obstante, hay otros nombres fuera del campo de la creación musical que pondría exactamente al mismo nivel: en vídeo-arte, Ed Atkins; en sociología de las redes, Lev Manovich o en filosofía, Byung Chul-Han. El cambio de lo exclusivamente analógico a la inclusión de lo digital (aunque papel pautado sigo utilizando) se produjo de la mano de ellos, de manera progresiva, hace unos tres o cuatro años.


 

P. Como el resto de los mortales, durante tu carrera habrás pasado por buenos y malos momentos. ¿Cómo te enfrentas a los reveses? ¿Has tenido momentos en los que te has sentido tirando la toalla?

R. Dependiendo de cómo se mire. Nunca he pensado en apostatar de la creación porque para mí es algo que no es sencillamente posible. Por eso, me tomo componer como la vida misma: todo suma. Siguiendo ese precepto, el fracaso no convierte en un fracasado a quien lo experimenta, sino que le enriquece y le transforma. Me aterra el pensar que hay que desistir de hacer algo si esto no produce frutos a corto plazo. En ese sentido, quizás sea un poco optimista crónico.

P. Un país musicalmente activo es aquel donde, además de músicos, existe un mínimo de apoyo social e institucional que garantice su expresión, pero también un mínimo de reflexión filosófica sobre ello. ¿Crees que en España hay condiciones adecuadas para la creación musical?  ¿En qué lugar situarías el nivel musical español y su aceptación social en comparación con otros países?

R. A día de hoy, y tras los años brutales de la crisis, creo que a nadie le cabe duda sobre estas dos certezas: uno, España es un país lleno de talento musical con profesionales al máximo nivel internacional; dos, su entramado institucional es inseguro y aún le queda camino para convertirse en sostenible y mantener unos circuitos artísticos activos y estables. No solo pasa en la música, sino en todas las artes escénicas. Es una pregunta reiterativa a la que siempre doy la misma respuesta.

Con respecto a su aceptación, quizás uno de los recuerdos que más pueden hablar es que no pocas personas intentaron convencerme de que debía dedicarme a otra cosa cuando era un adolescente. Su argumento, muy comprensible, era el de que me iba a morir de hambre. Las ideas en el imaginario colectivo acerca del trabajo del artista son producto de la realidad socio-económica de una sociedad y estas no eran del todo infundadas. Debemos seguir trabajando en la creación de sinergias desde todos los flancos.

P. Se dice que en el libros de los gustos no hay nada escrito y respecto a la música nos encontramos con un abanico amplísimo de posibilidades. ¿Crees que hay música con Mayúsculas? ¿Cuáles son tus gustos musicales? ¿Qué artistas copan tus listas de reproducción?

R. No entiendo ni quiero entender ninguna mayúscula en palabras como “arte”, “cultura” o “música”. Ello siempre ha implicado un uso sesgado e interesado que, simplemente, no me interesa.  Por otro lado, pensar en que el prejuicio puede dejarse de lado al mirar o al escuchar lo que sea, se considere arte o no, es también una frivolidad. Por eso pienso que dejarte influenciar, penetrar por algo requiere de una consciencia que a su vez se traduce en energía.

Tengo muchas listas de reproducción en Spotify que voy alternando, pero algunas de ellas mezclan Dream Theater, Haydn, marchas de Semana Santa, Aphex Twin, Rameau, sevillanas corraleras, David Toop… No sé por dónde acabar.

P. La admiración y el orgullo que profesamos los ciudadanos por los artistas como tú, se traduce, a su vez, en íconos representativos de nuestra cultura. ¿Qué hay de Alcázar en tus composiciones? ¿Cuál sería el género musical que mejor representaría las percepciones y los sentimientos que te generan nuestro pueblo?

R. Viví en Alcázar hasta los 17 años y justo ese verano abrí mi cuenta de Facebook. A simple vista este dato puede parecer un poco tonto pero para mí aloja un trasfondo determinante: Alcázar (La Mancha) es el llano en el que crecí y en el que estar en el mundo, sentir el tiempo, era algo muy diferente a lo que es ahora. Hasta ese momento apenas podía hablar inglés, solo había cogido un avión de ida y otro de vuelta (curiosamente hasta aquí, a Viena) y mi móvil no podía conectarse a internet. Alcázar siempre es el lugar al que vuelvo para encontrar algo que no puedo describir, pero que sí sé que tiene que ver con las Rondeñas, si hablamos a nivel musical; también con el acento, con el azul y el blanco y con las gachas. La “raíz” es un tema realmente misterioso. Si hay algo en lo que guía el sentimiento que me provoca Alcázar es precisamente en esa búsqueda de crear realidades en las que converjan lo conocido desde siempre por todos y lo que nunca ha sido imaginado. El todo y la nada.

P. ¿Podrías desvelarnos cuáles son las piezas en las que trabajas actualmente? ¿Qué novedades o innovaciones ofrecen respecto a tus obras anteriores?

R. Acabo de cerrar un ciclo de tres piezas que tratan de manera explícita el concepto de lo virtual en nuestra vida. La creación de nuevas estructuras en torno a la vivencia de la realidad genera cortocircuitos, contradicciones que tienen consecuencias en nuestra manera de entender agentes tan importantes como el sonido, la metáfora o la presencia. Es un campo que me fascina y en el que sigo ahondando tanto a nivel individual (actualmente estoy trabajando en una nueva obra para “piano” que estrenará Lluïsa Espigolé el próximo año) como en colectivo con Belenish, con la que estoy preparando dos producciones escénicas que se estrenarán en 2019 y 2020.

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