FALLECIÓ EL DOMINGO DE RESURRECCIÓN

En memoria de Luis Caballero Pastor

Por Juan Luis Caballero García

El pasado domingo 21 falleció, de madrugada, en Alcázar de San Juan, Luis Caballero Pastor, médico. Escribo estas palabras como sobrino, hijo de su hermano Pedro, en muestra de agradecimiento y también para hablar, a quien las lea, de una vida plena, de la que todos nos hemos beneficiado y de la que podemos aprender tanto. No escribo como despedida, porque, aunque algo suyo nos ha dejado, en parte él está y siempre estará en nosotros a través de lo que nos ha dado.


      Podría hacer un repaso de recuerdos de todo tipo, pero voy a optar por dibujar el retrato que me ha quedado impreso y que se ha ido enriqueciendo con el tiempo. Entre los trazos básicos pondría: un caballero, en el sentido más noble de la palabra, honesto, atento y servicial; un médico humanista, buen profesional y, al mismo tiempo, lleno de sabiduría; un hombre culto, sonriente, con muy buen sentido del humor, sobrio y ordenado. Como diríamos hoy, con empatía, capaz de darse cuenta de las alegrías y las penas de los que le rodeaban. Y, dando profundidad y relieve a todo eso, con una profunda fe y de una frecuente práctica sacramental.


      Hace algo más de veinte años, publicó, bajo el título «221 artículos... (Hablando de muchas cosas)», sus colaboraciones en el «Ferrocarril Católico». Es un grueso volumen, de algo más de 650 páginas, con el que quiso compartir, con todo el que lo acogiese, ese gran bagaje de sabiduría adquirido a través de la experiencia, de las lecturas y de su propia meditación. Cada vez que me asomo a esos textos, vuelvo a encontrarme con un corazón grande, magnánimo, abierto, y a respirar aire fresco. Ahí encuentro valiosas luces sobre la vida y sobre la muerte, sobre la salud y sobre la enfermedad, sobre alimentación, sobre psicología, sobre religión, sobre arte, y sobre tantos otros temas. Pero, sobre todo, me encuentro con mi tío. Porque nadie que sepa algo y quiera compartirlo sinceramente, lo entrega sin más, sino que, al darlo, se entrega a sí mismo. Lo entrega hecho vida. Entrega la propia vida.


      Nadie se va del todo de este mundo cuando su cuerpo nos abandona. Porque todos hemos dejado algo en los demás. Y no sólo a través de los hijos. En este caso, podría decir que los que hemos tenido cerca a mi tío hemos recibido luz, alegría, esperanza, una visión profunda de las cosas, motivos para sobrellevar la enfermedad y para agradecer la salud, alegría y sentido del humor, una sonrisa que se nos ha pegado, un ejemplo de entrega atenta y generosa, una forma admirable de llevar la ancianidad y la enfermedad; en definitiva, un profundo sentido de la vida.


      Muchas de las lecciones que recibimos de otros quedan como ocultas, dentro de nosotros, esperando que las recordemos, las saquemos a la luz y las hagamos vida. De esa forma, como tesoro escondido, permanecen las personas que, en su cuerpo, ya no están con nosotros. Y confío en que todos seamos conscientes de ello, y vayamos sacando de ese arcón interior tantas cosas buenas, que nos ayudarán a crecer personalmente, y también a ser, como mi tío Luis lo fue, fuente de alegría y esperanza para los que nos rodean.


    No tengo más que motivos de agradecimiento por ser sobrino de tan excelente persona, a la que agradezco su cariño, su compañía, sus palabras, sus oraciones, su presencia en los momentos más importantes de mi vida. Agradezco a Dios que me haya permitido poder estar a su lado en sus últimos momentos, hacerle la recomendación del alma, darle la unción de los enfermos y, en fin, demostrarle mi cariño. Creo que todos los que le han conocido se unirán fácilmente a este agradecimiento, que hago extensible a mi tía Tere, y de la que aquí no diré tantas cosas bonitas como podría para no sonrojarla. Y estoy seguro de que a este agradecimiento se unen tanto sus hijos, mis primos, como mis hermanos, sus sobrinos, y todo el resto de la familia que ha podido tratarle más de cerca.


    Entiendo que todos podemos firmar que las grandes personas hacen grande a su tierra y a sus habitantes. Mi tío Luis ha contribuido, con su vida alegre y generosa, sanando cuerpos y dando luz a las personas, a que la familia humana crezca y esté más unida. Mi tío Luis ha hecho, ciertamente, un poco más grande a esta maravillosa tierra y a sus habitantes.
 

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