La alcazareña Teresa Farrera, entre los premiados en el Certamen "Recuerdos Vivos"

La alcazareña Teresa Farrera Palomino ha sido una de las ocho personas mayores de 65 años ganadoras del Certamen literario "Recuerdos Vivos" de la Diputación Provincial (en total este año han participado 61 escritores). Concretamente, Teresa ha conseguido el segundo premio en el apartado de narrativa, con su trabajo "El espejo del tiempo" (que reproducimos íntegro más adelante).

Los premios fueron entregados la semana pasada en el salón de plenos del Palacio Provincial, donde se dieron cita los ganadores, numerosos familiares, amigos y conocidos, además de las autoridades provinciales, con el presidente de la Diputación, José Manuel Caballero, al frente. También estuvo presente Gonzalo Redondo, vicepresidente de la Diputación, quien como diputado y alcazareño, acompañó y felicitó a Teresa.

Felicitación que también desde El Semanal queremos transmitir a Teresa, animándola siempre a que siga escribiendo. Enhorabuena.

EL ESPEJO DEL TIEMPO

Acomodada en la butaca de mi madurez otoñal, me miro en el espejo del tiempo sin temor a ver la imagen triste de un físico que se marchita, ya que busco algo más profundo en él, porque sé que el corazón desesperado puede mostrarme mucho más.

En él puedo verme a mí misma en cada momento de mi existencia; y desde el ángulo del sosiego y la calma que me permite esa madurez, puedo acceder al balcón del recuerdo; y en primera fila volver a vivir cada instante de anhelos y esperanzas, sueños y realidades, alegrías y decepciones. Sentir vivo todo lo que ha formado parte de mí: el calor de los abrazos que estreché, la suavidad y sinceridad de los besos compartidos y el poder identificar en mi alma a las personas que he amado y adolecerme por el rechazo de quienes me alejaron de su vida.

El paso del tiempo mantiene intactos todos los gratos recuerdos de mi ayer. Mi niñez preciosa de la mano de mis padres, la dulzura de mis abuelos tan queridos protegiendo mi andar, la inolvidable época de mi inquieta juventud revoloteando por la verde primavera de mi vida adornada con las flores de la inocencia que radiaban su belleza y lozanía. Risas e inquietudes soñadoras danzando descalzas sobre la fresca hierba, al ritmo de la amistad y los primeros amores, lágrimas de desencanto que siempre resultaban fácilmente de enjugar, con una suave caricia y el tímido susurro de un te quiero.

Mirando ese espejo, me veo apoyada en el balcón del recuerdo y veo muy de cerca grandes, maravillosos e imborrables momentos de especial felicidad al sentir latiendo dentro de mi ser el corazón de mis hijos y lo que supuso para mí versus caritas por primera vez, la feliz experiencia de verlos crecer y el temido momento de su marcha del nido, que a mi familia nos había cobijado.

Los años pasaron, pero en ese espejo y desde ese gran balcón se me permite vivir de nuevo el pasado sintiendo hoy mi corazón cálido, con su vibrar que envuelve en su calidez sueños, anhelos y esperanzas, que viven y crecen ahora también en el suave y tranquilo otoño de mi vida. Desde esa madurez que no se rinde, ni apaga sus ilusiones, mientras pasea relajada sobre una mullida alfombra de hojas caídas que siguen brillando por la caricia plateada de la lluvia y el fulgor amarillento y rojizo del atardecer de la vida, que abriga mi andar con el suave chal del recuerdo que apoyado en mis hombros acaricia mi espalda en esta estación otoñal que tanto mi madurez como yo entendemos y aceptamos como etapa maravillosa, que muestra la belleza de un nuevo paisaje que el tiempo lo torno suave y dulce tranquilo y paciente digno de admirar con gozo, ya que ayuda a aprender, sentir y valorar que llegar a ser mayor no ha de ser sinónimo de frustración, derrota, desencanto o apatía, ni mostrar triste melancolía del ayer, sino satisfacción de poder leer en cada surco de mi piel mis pasiones y mis temores vividos, mi incertidumbre y mi paz que tanto me han fortalecido, mis amores, mi felicidad, que aún en medio de la dificultad y el dolor me levantan siempre para hacerle frente a todo.

Al mirarme en el espejo del tiempo, mi piel me habla al oído y no siento miedo, la escucho atenta y orgullosa de un auténtico vivir que ahora me invita a seguir adelante, de la mano de la vida que sigue ahí porque quiere llevarme rumbo a lo apacible y sereno de mi caminar, mirando la bella aurora de nuevos amaneceres, en los que mis manos a pesar de mostrarse temblorosas se afirman cuando abrazan; y regocijándome en los recuerdos, aún siento que estos laten en mi interior. Mi espalda no importa que no esté tan erguida como lo estuvo ayer, porque puedo seguir elevando mi mirada al cielo para ver la belleza de su azul y la luz del sol.

Soy consciente de esa realidad que hace que mis pies caminen más deprisa que mis anhelos, pero soy feliz porque también así se recorren los maravillosos senderos de un mañana que sigue prometiendo brillante luz de paz y vuelo de libertad espiritual. Senderos desde los que puedo ver de lejos la lozanía de la juventud, pero sintiendo y disfrutando de cerca ese tramo de la vida, tranquila y sosegada que me hace emocionarme, gozando de la paz y también enfrentándome valiente a las batallas que aún me quedan por vencer. Aceptando la  blanca nieve sobre mi pelo, que apareció sin avisar, pero no hace falta que sienta frío en mi vida, porque sigo sin sentir el invierno en mi alma.

Mi espejo del tiempo no me miente y sí, es verdad que mi primavera de rosas de mayo y de clavelinas pasó, pero además es cierto que respiro contenta y satisfecha en un precioso otoño de margaritas y pensamientos multicolores que también son bellas flores.

Desde mi madurez rechazo toda voz que niegue que mi corazón sigue latiendo al ritmo de la ilusión, el amor y la felicidad, porque no se apaga la luz en este tramo del camino; y aunque sea otoño en mi vida, no se puede poner en duda la ligereza de mi alma que brota cada día con nueva savia de fe e ilusión.

sentada en la butaca de mi madurez y con mi espejo en la mano, sé que puedo seguir sintiendo y amando, proyectando escenarios de satisfacción y alegría, recordando todo lo que he vivido y amado. Vibrando al ritmo de mi corazón, que hoy es un corazón maduro, sí, pero aún se muestra activo en perseguir sueños e ilusiones que me hacen seguir reconociéndome viva, en lo más intrínseco de mi ser, como la persona y la mujer que siempre he sido. Mirando de frente al amor, de pie, en la constante lucha, valorando la grandeza de la vida y manteniendo viva la esperanza, apoyada en la fe.

 Teresa Farrera Palomino 

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