Sobre la autoridad atemporal de algún maestro trinitario
¿Te apuntas a felicitar a ¨La Trini” por su Centenario? Muchos exalumnos ya lo hemos hecho. Es muy fácil. Escribe unas líneas de felicitación, cuenta algún recuerdo y envíalo con una fotografía a antonio.leal@uca.es. Solo te llevará unos minutos.
EZEQUIEL CASTELLANOS MACIÁ (1953)
Collado Villalba (Madrid)
Como a mis dos hermanos mayores, Antonio y Emilio, mis padres me llevaron a estudiar a los trinitarios. Qué mayor prueba de su confianza aquella Institución.
Para mí y para mis amigos de entonces, los mismos de ahora, ser "del curso de..." es una forma de datar, se situar sobre el calendario a las generaciones de antiguos alumnos, como quien cataloga los vinos por cosechas o los soldados por quintas.
Algunos de aquellos maestros lo fueron para los tres hermanos y sus "leyendas" se transmitieron a modo de advertencias, a veces de recomendaciones, de amenazas otras, de una a otra generación. Voy a relatar un encuentro con uno de aquellos maestros hace unos meses.
No me acerqué a su mesa la primera vez que lo reconocí... como si aún me impresionara su mirada de cerca; casi disimulé, agaché la cabeza como si aún temiera que me reconociera, me señalara con el dedo y me preguntara, me interrogara a mí, en mi pupitre de la fila tercera...-"Castellanos.. a ver...". Y esa mañana no me había repasado la lección. Temblor de piernas.
Pero al verlo allí en un rincón, algo encorvado, soplando la taza de café y luchando con el sobrecito de azúcar entre sus dedos, me envalentoné, y animado por mis compañeras a quienes había contado por encima algo acerca de aquel ahora apacible e indefenso anciano, me aproximé a su mesa. Me fui acercando con calma, con cierta gallardía y al mismo tiempo solemnidad, como si fuera a comulgar (!).
- ¿Don José María? - le pregunté. (Por supuesto, con el "Don" por delante; no se me ocurriría recordarlos ni nombrarlos como Antonio, José Luís o Ezequiel, eso repugnaría con mi memoria). Dije mi nombre (y, por supuesto, apellidos, como cuando se pasaba lista). Esbozó una sonrisa cuando mencioné "Colegio de los Trinitarios" y "Alcázar de San Juan". Yo desconocía su estado de salud y el de su memoria, pero reaccionó con emoción y "regocijo", como si acabara de reconciliarse gracias a mis palabras con una etapa de su vida que se le estaba oxidando por desuso. Y yo mismo, también lo hice allí en aquel momento. Por un instante olvidé el pánico que entonces me provocaba sentirlo tan cerca, no recordaba haberles mirado a los ojos así nunca. Lo tenía allí, delante de mí, le pedí que volviera a sentarse (¡y me obedeció!). Le miré con cierta condescendencia...Pero aún me imponía. Aún lucía su bigote. Tuve que admitir que aún conservaba sobre mí su " auctoritas".