REFLEXIONES

¡Hace ya veinte años!

Se van a cumplir 20 años de la mayor atrocidad sufrida en España en lo que llevamos de siglo: los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004. Recuerdo como si fuera ayer, estando en mi consulta (entonces vivía y trabajaba aún en Sevilla, donde he hecho la mayor parte de mi vida personal y profesional) y escuchar cómo, entre paciente y paciente, la radio vomitaba una cifra de muertos que no dejaba de crecer. Al final 192 muertos y 1893 heridos. ¡Qué barbaridad!

Aún retumbaba en las retinas lo acaecido en EEUU unos años antes. No nos podíamos creer que estuviera pasando aquello, aunque por desgracia estábamos «acostumbrados» (no se si uno de verdad se puede acostumbrar a eso), a los atentados con víctimas de ETA.

Estábamos a tres días de unas elecciones generales en las que la derecha se relamía con una victoria «segura» y como escuché hace poco al «maestro» Iñaki Gabilondo: El 14 de marzo (día de las elecciones) se comió al 11 de marzo.

Ahora, quizás vuelvan a «correr ríos de tinta», o quizás no, en esta sociedad crispada por unos acontecimientos políticos que unos y otros se empeñan en «machacar» en todo tipo de información, como si no hubiera otros asuntos importantes. Esta misma sociedad, que durante unos días tras el atentado y la lógica primera confusión, algunos se empeñaron en manipular para seguir crispando y confundiendo, temerosos de perder unas elecciones que creían ganadas, como luego ocurrió. Como decía Gabilondo: el 14 se comió al 11.

Y entonces esos 192 muertos anónimos, trabajadoras y trabajadores de toda clase, estudiantes, jubilados, amas de casa, de multitud de nacionalidades, esa España plural, anónima y callada (como decía Jarcha en su inolvidable canción «libertad sin ira»), esa España que algunos siguen empeñados en crispar, en manipular, en negar. Esa España que es la que mueve y mantiene el Pais, y no los que se creen el centro del mismo por ocupar un sillón en las Cortes Nacionales o Regionales. Esa España que sigue madrugando para vivir, a veces solo sobrevivir, para crecer, a veces incluso perder, para, de nuevo parafraseando a los buenos de Jarcha, «tener la fiesta en paz». Esa España digo, es paradójica y desgraciadamente la «gran olvidada».

Y seguro que volverán a salir quienes se afanen en resaltar el empecinamiento de aquellos que  no les convenía la verdad que afloraba, diciendo que había sido quienes no fueron. Y volverán, como dice un buen amigo de Jaén, «con la burra al trigo» demostrando que el 14 se comió al 11.

Pero ¿dónde quedan aquellos 192 muertos, de todas edades e incluso nacionalidades, en general gente humilde y trabajadora. ¿Donde quedan los 1893 heridos de distinta consideración y sus secuelas?. Es posible que algún político de turno (¡cómo no!) se afane en encontrarse con ellos, o hacer actos de homenaje, con luz y taquígrafos eso si, que lo que importa es la foto para que los periodistas de turno lancen al viento sus imágenes, como cualquier otro «influencer» que ahora tanto «se estila».

¿Dónde quedan sus familiares y amigos? ¿Dónde? Tengo la impresión que son los grandes olvidados de aquel día, precisamente los que lo sufrieron en sus carnes. Nunca habrá suficiente tinta en las impresoras ni suficiente tiempo en los telediarios para resaltar que ellos fueron las víctimas, las de los terroristas que colocaron las bombas y la de los políticos y periodistas que se empeñaron y se empeñan todavía en seguir haciendo que el 14 se coma al 11.

192 muertos y 1893 heridos. ¡Qué barbaridad! Mis respetos sinceros a todas y todos, y a los que eran religiosos mis deseos de que quienes lo sean eleven sus oraciones a cada uno de sus dioses. Cómo digo eran parte de esa España plural, multicultural y multirreligiosa que es la verdadera esencia de este País. Esa España que solo quiere «tener la fiesta en paz».

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