Beato Ramón Tejado, testigo de la fe

Por Luis Pérez Simón, franciscano

El 6 de noviembre celebramos la memoria de los mártires franciscanos de la guerra civil de 1936-9, anualmente desde su beatificación. Entre ellos se cuentan 23 religiosos franciscanos de la entonces llamada Provincia Franciscana de Castilla, de la que fueron matados 73 frailes, ancianos unos, jóvenes otros, unos profesos, otros alumnos (filósofos y teólogos), superiores y súbditos. La mayoría de los hoy venerados fueron muertos a tiros cerca de Fuente el Fresno (Ciudad Real). Entre los 73 van incluidos 7 frailes moradores del convento de Alcázar de San Juan. Sus nombres son: P. Martín Gómez, P. Juan Antonio López, P. Ezequiel Moreno, P. Juan Diego Bernalte, P. Lurencio Alday, Fr. Antonio Pascual Salinas y el Hermano Gabriel José López. Fueron martirizados el 26 de julio y el 12 de septiembre en Alcázar de San Juan, y el 9 de agosto en Ciudad Rel. De entre los 23 beatificados, 17 pertenecían a la Comunidad de Consuegra, que era estudiantado.


    Tras un largo trabajo en la recopilación de datos testimoniales sobre la vida y muerte de cada uno de los religiosos martirizados, el proceso de Beatificación se inició en la Diócesis de Toledo el año 1966. Cuando, finalizado el proceso, acudimos al palacio episcopal para entregar los documentos que habían de ser enviados a Roma, recuerdo que el Cardenal Don Marcelo González, al comienzo del acto de la entrega, nos dirigió a los allí presentes una emocionadas palabras, envueltas en lágrimas, en las cuales se hacía esta pregunta ¿»Y qué pudieron haber hecho aquellos jóvenes, estudiantes de Consuegra, ajenos a la vida política y social del momento»?


    Hoy nos estamos acostumbrando a oír sobre la persecución y muerte de cristianos en diversas partes del mundo, La realidad del martirio ha estado siempre presente en la vida de la Iglesia. Cristo fue signo de contradicción. E innumerables cristianos se han convertido en bandera discutida a lo largo de una historia que sigue a la memoria de los Apóstoles y de los cristianos en el Circo Máximo de Roma. El Vaticano II dijo que «es necesario estar preparados para confesar a Cristo delante de los hombres en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia» (LG 42). Es el martirio la prueba mayor de caridad (ob.). Mártir es la persona que da testimonio de Cristo y de su doctrina con el sacrificio de su vida.


    Martirio es la muerte del cristiano sufrida por su fe («in odium fidei»). Con estas palabras se quiere dar a entender la oposición del perseguidor al cristianismo por cuanto este impide la consecución del fin pretendido por aquel. Es respuesta a una llamada que invita a ese testimonio de amor. No es ninguna intransigencia ni cabezonería de algunos, sino que  es Cristo quien capacita y actúa en los mártires. Quizá convenga recordar y tener presentes estas ideas o pensamientos cuando tantas cosas se camuflan bajo eufemismos o dulces palabras que halagan «democráticamente». El Evangelio tiene palabras muy duras contra el proceder de los hijos que «ornamentan los mausoleos de los justos matados por su padres» (Cf. Mt23, 27-32). El martirio no es una hazaña del hombre, sino la hazaña de Dios en el hombre, a cuya debilidad él da fortaleza.


    Hoy hablamos más de testimonio que de martirio; pero esto no debe llevarnos a crear que sea cosa del pasado. Mucho menos significa instigar a un grupo confesional contra los principios civiles de la tolerancia y del pluralismo, aunque no siempre se apliquen correctamente. El martirio, sobrepasando el momento actual, se eleva por encima de la situación del mal presente que oprime a opresores y oprimidos, proclamando el triunfo del bien y la fuerza de Dios en la fe. Los mártires nos enseñan que la actitud ante el mundo no debe ser ni autocomplacencia ni acomodación, sino confesión de la fe con valentía.


    Fr. Ramón Tejado nació en Alcázar el 20.5.1915, de padres jornaleros del campo. Sintió desde pequeño inclinación y amor por las cosas religiosas, aún en medio de un ambiente hostil. Fue devoto de la Virgen María y de la Eucaristía, quedándose a veces en ayunas para comulgar. Alegre y juguetón, se entristecía cuando oía hablar mal. Era monaguillo en San Francisco y fue estimado por los sacerdotes. Superando oposiciones, ingresó en el Seminario franciscano de Alcázar el año 1926 y continuó estudios en La Puebla de Montalbán, Pastrana y Consuegra, hasta acabar segundo curso de teología. No pudo hacer la profesión religiosa solemne por hallarse sujeto al servicio militar. Fue muy piadoso, humilde y caritativo, fraile ejemplar. Se opuso a que un tío quisiera llevárselo a casa ante la persecución religiosa, prefiriendo morir con los frailes, sus hermanos en religión, que lo estimaban por su optimismo, servicialidad y amabilidad. ¡Que interceda por nosotros ante el Señor!

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