Muerte en la estepa

Oí hablar de las avutardas —de forma consciente— allá por los años 90 del pasado siglo. Nos disponíamos en grupo a ver aves en Villafáfila, de pronto Juan Moreno comenzó a vociferar: “¡el  ave voladora más pesada! ¡El ave voladora de mayor peso!”, repetía emocionado. Eran avutardas, y este su primer avistamiento de tales aves. El que así se mostraba era un investigador del CSIC; había participado en la primera campaña del Hespérides a la Antártida para estudiar el comportamiento de los pingüinos y con el tiempo se convertiría en un reputado ornitólogo. Por mi parte, tenía una vaga conciencia de esos pájaros que se remontaba a las proezas cinegéticas de mi tío Luis, cazador fino: los cazaba; en especial sisones, los parientes cercanos de las avutardas. A la postre, al reparar, son dos emociones…: la de Juan Moreno al verlas y la de mi tío al cazarlas.

Abril del 2024, han pasado años. Provistos de prismáticos y telescopio salimos al campo. Dicen que en aquel raso hay avutardas; desde hace tiempo campea una bandada. Se señala una zona imprecisa dónde se juntan los límites de las provincias de Ciudad Real, Cuenca y Toledo. Tras recorrer la llanura, desde una loma, se avistan algunos ejemplares junto al sembrao. Un macho se pasea impertérrito de un lado a otro, cerca está la hembra; es el cortejo. Un cuadro. Gran porte el de este animal de singular plumaje, belleza sin tacha; la mano de la evolución, la acción de un tiempo eterno. Avutarda es apócope de ave tarda, ave lenta. Sus movimientos son lentos, sí, aunque al emprender el vuelo lo hace a veloz carrera hasta el despegue; en todo caso es un vuelo corto y bajo.

Las avutardas son aves esteparias que se hayan en peligro de extinción; quedan pocas en el mundo y la mayor parte está en la Península Ibérica. A partir de los años 80 se prohibió su caza en España; la pérdida o modificación de su hábitat natural es ahora la mayor amenaza: la transformación de los cultivos y la ocupación del campo por distintas infraestructuras lo reduce; cabría señalar por lo que nos trae aquí el riesgo de colisión. Después de aquella escena de vida que fue el cortejo, recibo la imagen de una avutarda muerta; la envía Manolo, un naturalista sensible. En una viña en espaldera cableada con alambres de acero encontró este animal sin vida; primero dio con el cuerpo y a unos metros se hallaba la cabeza. Deplorable imagen, muerte en la estepa.

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