Desde la ventana del colegio de los trinitarios

“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón.” (Gabriel García Márquez. Aracata, Colombia, 1927)

Dicen que, la memoria recuerda mejor lo que queda grabado en nuestro cerebro los primeros años de nuestra vida que, todo lo que hemos ido almacenando después. Elena Alberca nacida en la calle de la Trinidad en Alcázar de San Juan, padeció una terrible enfermedad. Su vida caminaba con lentitud hacia el final de manera implacable. Empezó a olvidar lo acaecido más reciente y al final, días antes de morir, recordaba sólo algunos momentos muy queridos, precisamente los vividos en su colegio.

Intento encontrar recuerdos, tal vez sin sentido, sabiendo discernir lo que debo olvidar. Hay épocas pasadas que nos marcan para siempre, no sólo por nuestras circunstancias, sino por lo aprendido en el transcurso de las mismas. Es el caso de mi paso por el colegio. Normalmente, una vez que ha pasado el tiempo, los recuerdos que nos evocan los momentos escolares, suelen estar llenos de anécdotas y curiosidades y, de una u otra manera, nos hemos visto envueltos en ellos. Tengo un cierto sentimiento favorable de aquella época que me inspiran cariño y bienestar.

Una vez más, como suelo hacer desde hace ya muchos años, caminando un atardecer lluvioso por las calles de mi pueblo, Alcázar de San Juan, el azar me llevó a lugares conocidos sin saber lo que buscaba. A veces, en la vida, hay momentos clave que deciden el futuro. Mis padres, después de mi paso por La Ferroviaria, me llevaron a la Academia Balmes, más tarde Colegio de la Santísima Trinidad. ¡Bendita decisión

Explicar cómo era el colegio hace medio siglo es posible hacerlo, aunque para los más jóvenes, resultará difícil imaginárselo. Y tratar de volver a vivirlo es un ejercicio todavía más interesante. Recuerdo que las clases siempre estaban presididas por símbolos religiosos, las mesas eran pupitres de madera cuyo tablero estaba inclinado y arriba había una repisa con agujeros para colocar los tinteros, la tabla se levantaba y había un cajón donde se podía dejar el material necesario como el pizarrín que cada uno llevaba, y se borraba fácilmente echando el aliento y pasándole un trapo sucio. Los mapas y las láminas esparcidas por las paredes eran fundamentales, las cartillas de Rubio (problemas y escritura vertical), ejercicios de caligrafía, método “redondilla”, enciclopedia de Álvarez, el Catón, catecismo, huchas para el Domund, los cabás y plumieres de madera, la regla, el mirar a la pared, los brazos en cruz y unos libros encima, la escuadra, el cartabón, el globo terráqueo, los borradores Milán, los Alpino, las plumillas, la tinta Pelikan, el tirachinas, el trompo, el aro, las bolas…

Las clases eran de lunes a viernes por la mañana de 9:00h.  a 13:00h. y por la tarde de 15:00 a 18:00h., la tarde del jueves la teníamos libre. A través de los juegos, comenzaba a construirse en mi persona los primeros síntomas de amistad.  ¡Qué tiempos tan maravillosos de inocencia, juego y libertad! En aquellas aulas repletas de pequeños, seríamos unos cuarenta niños por clase, se mezclaban las lecturas y caligrafías con las riñas y los mimos de los maestros a las que con el paso del tiempo continúo dándoles las gracias por sus enseñanzas.

Pasado un tiempo ya me encontraba preparado para afrontar el curso preparatorio para el examen de ingreso de bachillerato en la Academia Balmes.  Con mi pequeña cartera de cuero me sentía todas las mañanas como si fuera de los mayores e iba feliz cuando iniciaba mi recorrido por el Cristo de Villajos, el Callejón del Moral hasta la esquina de Augusto, poco transitado y con mucha tierra y de ahí la entrada al colegio. Fue mi primera prueba de soledad

En la nueva etapa que iba a comenzar se proyectaron en mí muchas de las ilusiones, esperanzas y expectativas de futuro. Se trataba de los estudios de enseñanza secundaria que precedían a los superiores que proporcionaban a los alumnos madurez intelectual y humana y las capacidades para acceder a la educación superior. El colegio no tenía calefacción y los inviernos eran fríos y cuando nevaba o caían heladas pasábamos un frío tremendo. Los sabañones estaban a la orden del día.

En el colegio predominaba la cultura del deporte. Ello contribuyó de manera notable a desarrollar destrezas físicas, hacer ejercicios, socializar, divertirnos, aprender a jugar formando parte de un equipo, jugar limpio y a mejorar nuestra autoestima. También mejoró y fortaleció nuestra capacidad física y mental, la integración, el compañerismo, la creatividad, la responsabilidad y muchas otras. Fruto de ello, el patio siempre estaba ocupado por docenas de alumnos practicando frontón, balonmano, fútbol y sobre todo baloncesto, deporte que marcó una época muy bonita, ya que, sin medios, conseguimos jugar dos años una fase de ascenso a primera división.

Como resumen aprendí a tener curiosidad e inquietud por las cosas que nos rodean, a ayudar a los demás, mi vocación por la enseñanza, y a saber que lo que soy, no me lo debo a mi mismo, sino una gran parte, además de mis padres, a todos los compañeros, profesores y religiosos que en su momento pusieron todo su empeño en formarnos en valores y conocimientos.

¡La vuelta al cole! Hace unos días, un grupo de abuelos, viejos amigos de entonces y de ahora, que continuamos siendo los de siempre y estamos donde siempre hemos estado, un poco más mayores, con menos pelo, bastantes canas, más sabios e igual de imprescindibles, con hijos y nietos en el colegio, nos hemos reunido en una de las aulas en el colegio. Hemos utilizado plumas estilográficas, cartabones, escuadras de madera, libros de texto y cuadernos de la época, e incluso a uno de nuestros profesores, que hemos invitado, le seguimos hablando de usted. Prohibido el uso de móviles y de las nuevas tecnologías. Cerramos los ojos y recordamos aún los cánticos, con la tabla de multiplicar como fondo; el recital de las obras de misericordia y pecados capitales, los ríos de España... Y un profundo, y denso y agradable olor a calefacción humana.

Es obvio que los detalles del aula, no se correspondían con lo que fue un curso real de nuestra promoción. Revivimos el debate sobre los distintos sistemas educativos y la actitud que muestran nuestros jóvenes en todos los distintos ámbitos de la vida. ¿Era mejor antes, es mejor ahora? Lo cierto es que todo tiene su lado positivo y negativo y lo ideal sería poder encontrar un término medio.

El tiempo me ha permitido conocer en el proceso enseñanza/aprendizaje, donde en el ensayo “La esencia del quijotismo” Unamuno escribe:

“Hay dos clases de ambición humana, la de aquellos que tienen fe en sí mismos y la de aquellos que no. La de los primeros es una ambición que aspira a una gloria eterna, es una sed de inmortalidad, de continuar siendo ellos mismos, es la ambición de Nuestro Señor don Quijote. La de los segundos es simplemente fuente de envidia y de frustración. Naturalmente estos envidiosos que se sienten frustrados entran en el grupo de los que no pueden comprender la grandeza de un don Quijote”.

A título personal el colegio contribuyó enormemente a hacerme madurar, a desarrollarme como profesional, a enseñarme a trabajar en equipo, a adquirir valores que con su aplicación en la vida cotidiana tantas satisfacciones he recibido. Los años que pasé en sus aulas hicieron de mí una parte importante de la persona que actualmente soy. Finalmente, un poco de luz veo para entender que la educación es una concienciación de la conducta, y que el proceso educativo se materializa en una serie de valores, muchos de los cuales tuvieron su origen en el colegio.

“Sólo es nuestro lo que perdimos”, nos recuerda Borges y García Márquez ratifica "La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado."

Cien años de vida del Colegio, ha resultado ser cien años llenos de experiencias y de sabiduría, que han dejado huella en los miles de alumnos que hemos pasado por sus aulas. ¡Feliz cumpleaños ¡

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