Pintando a Arsenia

Por Pablo Conde, periodista y cineasta

Para ser creativo, para ser artista, tienes que ser generoso. Aunque nadie lo vea, aunque no te lo reconozcan, tienes que dar lo mejor de ti”, así concluía Arsenia Tenorio el cortometraje que mi compañero Hugo De la Riva y yo hicimos sobre ella en 2012, 'Pintando a Arsenia', publicado en Youtube por Evasión Cine. Se trataba de un breve documental en el que queríamos mostrar cómo trabajaba en su estudio de Quero y al que Arsenia dió la vuelta haciéndome pintar un cuadro para que fuera el espectador, a través de mi torpe trazo, el que viviera en primera persona lo especial que era su dedicación.

Creía en lo que decía y era, sin duda, generosa. Como artista y como amiga. Por eso su fallecimiento nos ha sacudido tanto a todos los que tuvimos la suerte de conocerla. Predicaba con sus ideas y siempre daba lo mejor, aunque no se lo reconocieran. Era algo maravilloso que nos enseñaba en el corto, que el arte lo crea quien sabe encontrarlo. Ella nunca dejó de buscarlo y de compartirlo con todo aquel que se le acercaba. Porque no había nada que le gustara más que estar en compañía de la gente. Obligada por su trabajo, y la enorme exigencia que se imponía, a estar sóla en su estudio la mayor parte del día, vivía la soledad como un lugar que sólo quería visitar, y aprovechaba cualquier ocasión para estar con sus amigos y conocer otros nuevos que ya nunca podrán olvidarla.

Yo la conocí en VideoClub Tv, un programa que hacíamos en ManchaCentro TV. Cada semana invitábamos a un personaje relevante de la comarca y conversábamos sobre su película favorita. Arsenia nos trajo una peli que reflejaba bien su espíritu: 'Memorias de África'. La historia de una mujer adelantada a su tiempo que, pese a todo, siente un gran amor por todo lo que le rodea. Una mujer que no quería ver el final de su camino y que sólo esperaba que, cuando llegase, alguien la recordara. Y cómo olvidarla... Su obra la ha hecho inmortal, pero es, sobre todo, su personalidad la que siempre tendremos presente.

Era única. Siempre que la veía se lo decía: “Cuando te miro a los ojos tengo la sensación de que detrás de esa mirada se encuentra alguien de otro planeta”. Arsenia se reía, pero no era una broma. No me parecía de este mundo. Y, sin embargo, amaba este mundo más que nadie que haya conocido. Podías verlo en esos ojos verdosos que tenía, a veces tristes, que decían más de lo que podías ver. Igual que sus cuadros. Los lienzos con los que recorrió medio planeta logrando el cariño y la admiración de quienes contemplaron su obra. De quienes supieron contagiarse por el amor con el que hacía las cosas, de esa pasión incontrolable y esa cabeza siempre pensante. De su valentía al lanzarse una y otra vez al borde del precipicio para enfrentar el vértigo de pintar la nada con colores. Era el reto que afrontaba cada día cuando se despertaba. Lo hacía antes de que saliera el sol para ver el amanecer y no perderse esa paleta única que le regalaban los primeros rayos.

Le gustaba sentirse iluminada y ella nos daba luz al resto. Te cargaba las pilas, sobre todo si compartías con ella la vocación que sentimos quienes necesitamos crear una obra. También la presión que tenemos de cumplir las expectativas, tanto con nosotros mismos como con el público. “El artista debe arriesgar y sentir que en cualquier momento puede echar a perder su obra, así se esforzará en cada detalle”, me dijo una vez como una lección que nunca olvidaré. Como caminar sobre una cuerda colgada en lo alto. Es mejor pensar que no hay red que te protega. Te obligas a medir cada paso para llegar a tu destino. Y Arsenia trabajó así toda su vida. Desde niña, cuando ya pintaba sus vestidos.

Siempre lamentaba lo difícil que tuvo labrarse una carrera en el exclusivo y competitivo mundo del arte. Contaba que, además, por ser mujer siempre le costó el doble de esfuerzo sacar adelante cualquier proyecto. Tuvo que trabajar mucho para poder pintar y, al mismo tiempo, sacar adelante una familia. Por eso, reivindicaba constantemente el papel de la mujer en la sociedad y abanderaba sus ideales para hacerse grande ante los menosprecios de quienes no sabían valorar un mérito por una cuestión de género.

Su lucha y esfuerzo incansable la permitieron hacerse un nombre en un mundo muy complicado. Pero no estuvo sola. Tuvo la suerte de tener al lado a Javier, su marido. Un hombre bueno, paciente y callado que la acompañó desde que eran una jovial pareja de novios. Javier ha sido vital en la carrera de Arsenia. Es quien la apoyó y ayudó siempre, aguantando todo lo malo con lo que carga una artista, que a veces es mucho. Los dos formaban un equipo que se complementaba tan bien que era imposible no quererlos. Eran un matrimonio entrañable que se respetaba y se quería por encima de cargas. Javier era el equilibrio con el que Arsenia caminaba sobre la cuerda sin caer. Desde lo más alto.

Ahora que ha llegado al final, su obra continuará el recorrido. Porque sus pinturas tienen vida propia, un pedacito de la suya. De hecho, hablaba de sus cuadros como si fueran sus hijos. Y ahora son ellos los que nos hablarán de ella para siempre. De esta artista universal que encontró en La Mancha un hogar que estos días llora su pérdida y recuerda su figura con orgullo y emoción. De eso trata el arte por encima de todo, de dejar huella en este mundo. Arsenia la dejó. En cada lienzo que pintó y en cada persona que conoció.

Pablo Conde

Periodista y Cineasta

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