POR ANTONIO MORENO GONZÁLEZ

Hablemos de Física

Anochece en Madrid. Hace frío y se ha despejado la capa de polución que, con frecuencia, cubre la capital. Veo, a través de la ventana, cómo el cielo va oscureciéndose, va cogiendo ese azul intenso y limpio, casi añil, que caracteriza al cielo madrileño antes de poblarse de estrellas. Me gusta contemplarlo. Estoy en la estancia de casa donde paso muchas horas rodeado de libros que pueden contarse por miles. Hay un camastro - memoria de las quinterías - con saca y estera de esparto, aprovechada su oquedad como fichero donde acumulo infinidad de documentos. Hay objetos y fotos con significados que justifican su presencia. Entre las fotos, reparo en la placeta de Santa María, las casas de los Melenas del cerro Mesao y mis padres. Mis padres y esta cantidad de libros y papeles, todos relacionados con la Física; el resto de libros sobre otros asuntos están fuera de este espacio. Muchos, en Alcázar. Y recuerdo cuando, llorando, en el comedor del Salitre, les decía a mis padres que quería estudiar Físicas. ¿Por qué? Si no había libros en casa, ni nadie en la familia tuvo ni tenía estudios, solo mi tío Abel, Chaves, hermano de mi madre, que después de la guerra se hizo perito industrial, poco que ver con mis inquietudes. Y lo que era el impedimento más determinante: no  teníamos «ni una perra». Pues bien, tenía razones para mis deseos y, afortunadamente, fueron llegando las soluciones.

La generosidad de D. José Candel y la beca del Ayuntamiento me permitieron estudiar el bachillerato elemental en la Cervantes, examinándome en el Instituto de Ciudad Real,  y tener un primer contacto con la Física y Química. Esos fueron los primeros libros que disfruté. Los primeros comprados, aparte de los textos, fueron: La astronáutica en marcha, de Karl Schütte, en la librería Palmero (1959), que conservo con el forro de plástico que le puso mi madre, y Einstein de Carl Richmond, de un sobre sorpresa en La Fortuna (1962), tienda de frutos secos, dulces, tebeos y otras delicias infantiles en la Castelar, frente del Casino. Pero el interés definitivo por la Física surgió en la recién creada -1952- Biblioteca Pública Municipal, que merece y espero hacerlo capítulo aparte, a la que acudía todas las tardes.

Eugenio Molina, Oriano Tejera y Gregorio Ramos encargados de la misma me facilitaron el acceso a las estanterías que recorrí una a una viendo y tocando todos los libros, cualquiera que fuese la materia. Allí se me despertó la lectura compulsiva que padezco y allí me llamaron la atención, especialmente, los libros de Física. No eran muchos pero los hojeé muchas veces. Aprendía cosas que no entendía pero me gustaba recrearme en ellas: sentirme sabio. ¡Qué delirio tan estimulante! Cito algunos:  Tratado de Física de Kleiber Karsten; Relatividad. Una nueva teoría de Julio Palacios; Astronomía para todos, de Arthur Krause; El significado de la Relatividad de Albert Einstein; Problemas de Física y Ciencia recreativa de José Estalella; Einstein de Carlos López Bustos, catedrático de Física y Química del Instituto de Ciudad Real, con quien me examinaba y mantuve hasta su jubilación y fallecimiento en Madrid una entrañable amistad. Y sobre todo me empleé a fondo copiando, a mano y con pluma, artículos de las páginas azules de la revista Blanco y Negro donde escribían sobre los últimos adelantos de la Física, entre otros, Emilio Novoa y fray Juan Zarco de Gea, que se identificaba como miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y fraile de la orden franciscana menor de San Francisco el Grande de Madrid. Allí tuve ocasión de visitarlo, siendo ya estudiante de Físicas, después de un encuentro - más propio, encontronazo – en Alcázar, envuelto en una truculenta historia.
    

Pie de foto: Anverso y reverso de mi primera ficha, como socio, de un libro en préstamo

Sucedió que a raíz de las lecturas de sus artículos le escribí opinando sobre algunos asuntos. Yo tenía 18 años y, desde luego, más atrevimiento que saberes; estaba terminando los estudios de Magisterio. En su respuesta, con el propósito de hablar directamente conmigo, sugirió ser invitado a dar una conferencia en Alcázar sobre «Estado actual de la energía nuclear». Él desconocía mi edad y, por supuesto, mis ignorancias. Eugenio Molina, responsable de estos actos, aceptó la propuesta –ofreciéndole una conferencia para febrero de 1963- y consideró pertinente que fuera yo quien lo recibiera en la estación, lo acompañara a la fonda Francesa, al salón de actos del Ayuntamiento y presentarlo al público. El plan era perfecto y para mí algo extraordinario. Pero no contamos con el cabreo del fraile cuando vio en el andén, al bajar del Talgo, la «poca cosa» que se encargaba del recibimiento y la interlocución. Sin medios para recurrir a D. Eugenio, tuve que apechugar con los desdeñosos «rezos» de fray Juan. Fue amainando, pero la conferencia se aplazó al día siguiente. Lo recogí en la fonda y acompañé al Ayuntamiento con buen son. Me proporcionó unas notas para la presentación en las que constaba una formación científica  espectacular: universidades de Gotinga, Cambridge y Harvard y estancias en los centros de investigación más prestigiosos en Física Teórica. Dio la conferencia, como todas muy concurrida, y después hablamos de Física, de la creación del mundo, del átomo… de lo divino y lo humano porque cené con él y me trató con mucha deferencia. Pero al poco tiempo saltó la sorpresa: Fray Juan no era matemático, ni físico, aunque dio clases de esas materias en el Seminario de Cehegín, su ciudad natal; ni periodista, como él se atribuía; ni estudió donde decía su currículo; ni perteneció al CSIC; y casi no era ni franciscano, aunque dispensado de su profesión religiosa le gustaba vestir el hábito y dar a besar el anudado cordón blanco que ceñía su sayal. Fue acusado de plagio y excluido de las publicaciones en que colaboraba (ABC, Mundo Hispánico, Revista de Aeronáutica, Blanco y Negro…). No obstante, sus artículos contenían información fidedigna, como pude constatar cuando sabía algo del asunto, porque los copiaba de fuentes originales. Entre sus múltiples actividades menciono, por cercanía, su destacada presencia en la primera Semana de Estudios Murcianos (mayo de 1960) donde alternó con nuestro paisano, hijo predilecto e ilustre catedrático de psiquiatría Román Alberca Lorente.  En realidad padecía un cierto delirio de grandeza científica debido al desequilibrio mental producido, al parecer, por su desmedida aplicación al estudio, escriben quienes lo conocieron. Terminó sus días en la Residencia de las Hermanitas de Ancianos Desamparados de Guadalajara. Al cabo del tiempo fue enterrado en su pueblo. Se trataba de un impostor que timó a quien pudo –y por lo visto pudo mucho- sin más beneficio que la satisfacción personal de considerarse un científico sobresaliente. Sin embargo, aquellos escritos apócrifos fueron muy útiles  para mis estudios y profesión. Recuerdo a fray Juan Zarco de Gea con respeto y complacencia. Dios lo tenga en su gloria.                                                              
  

Pie de foto: Cubiertas de uno de los cuadernos donde copiaba los artículos de Blanco y Negro. Las fórmulas copiadas son mera estética: ¡me parecían hermosas! Tardé muchos años en conocer sus significados.

Inicié la licenciatura en Físicas, como alumno libre, siendo maestro en el Grupo Escolar Santa Clara de Alcázar -a la vez, daba clases de Física y Química en la Cervantes- después de cursar el bachillerato superior desde La Solana, mi primer destino, examinándome igualmente en Ciudad Real. El Preuniversitario lo preparé en Alcázar y me examiné en Madrid. Para los estudios de ciencias no convalidaban nada de los de Magisterio; para los de letras, todo, se podía pasar directamente a la licenciatura con el título de Maestro, teniendo solo el bachillerato elemental. Continué Físicas estando en el Tercio Gran Capitán de Melilla donde hice la mili. Con el único permiso que me correspondía, vine a examinarme en febrero de 1965 a la Complutense. No pude porque cerraron la universidad como represalia a las revueltas estudiantiles, secundadas por profesores como Aranguren, García Calvo y Tierno Galván, entre otros, que fueron expedientados y acogidos en universidades extranjeras. Lo que sí pude hacer fue participar en las protestas y ser testigo de la valentía de aquellos  catedráticos – ¡cómo admiraba mi padre esta categoría académica!- encabezando las manifestaciones. Seguí con Físicas ejerciendo como maestro nacional en Bañuelos. A todo esto, dadas las dificultades para estudiar en solitario, solo conseguí aprobar algunas asignaturas de 1º. Tras el trágico accidente familiar, siendo Matilde y yo maestros en Cinco Casas, nacida ya Merceditas, me afinqué en Madrid y terminé los estudios compatibilizándolos con el trabajo como profesor particular. Aquellos años conté con las atenciones y el permanente estímulo de nuestro doctor Mazuecos, discípulo de Cajal y con un agudo ojo clínico. Conocí profesores de los que guardo un buen recuerdo; de otros, no tanto. Pero en especial tengo que nombrar a Alberto Galindo, catedrático de Física Teórica, tan exigente como humano, que me inculcó el auténtico gusanillo de la Física en sus clases de Mecánica Cuántica. Somos amigos y con frecuencia disfrutamos de conversaciones, instructivas y agradables, al tiempo que paladeamos un buen arroz.  Otras materias de la Licenciatura y del Doctorado que atrajeron mi atención fueron: Métodos Matemáticos, Teoría Especial y General de la Relatividad, Teoría Clásica de Campos, Teoría Cuántica de Campos, Física Atómica y Física Nuclear. Como en cuantos estudios he hecho, y hago, siempre tuve la inclinación de aprender para contarlo. En realidad, aunque no fuera mi deseo primero, me he sentido siempre maestro de escuela. Me satisface el contacto con los alumnos y despertarles hambre de saber, que disfruten cuando aprenden y que se hagan preguntas y se interesen por encontrar respuestas. Desde ese punto de partida, no me decidí a investigar en algún campo de la Física; preferí la enseñanza, en particular la orientada a la formación científica de maestros y profesores de secundaria. Por este motivo, la tesis doctoral quise que fuera sobre historia de la Física, centrándome en España. No fue fácil sacar adelante una tesis de este tipo en una Facultad de Ciencias, donde no había precedentes de defensas de tesis de estas características. Al fin, se consiguió bajo el título: Evolución de la Física en España: de la Ilustración a 1900, publicada como Una ciencia en cuarentena: La física académica en España (1750-1900) en1988 por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Pie de foto: Una «nueva física»:la clásica o newtoniana

A partir de esta formación académica vengo trabajando en la docencia y en la investigación interesado por conocer qué se ha ido entendiendo por «física» a lo largo de la historia y cómo se han ido desentrañando los escondrijos de la Naturaleza para responder a las dos preguntas primigenias, inquietantes desde la Antigüedad, cuando se empezó a mirar a los cielos y a usar materiales para la construcción y fábrica de utensilios:

1. De qué están hechas las cosas
2.  Cómo es el Universo

    

Las respuestas a la primera han configurado el dominio de las teorías atómicas; a la segunda, el de las teorías cosmológicas. Los dos grandes ámbitos de las Ciencias Físicas que justifican su carácter ancestral de filosofía de la naturaleza. Visión que lamentablemente está muy alejada de las enseñanzas regladas basadas en el superficial aprendizaje de teorías, recordatorio de fórmulas y resolución de problemas. Todo ello deslavazado y en compartimentos –Mecánica, Electricidad y Magnetismo, Óptica, Termodinámica… - que impiden ver el cuerpo único que la Física es. Y es así por la perversión cuantitativa con que se miden los resultados académicos, que son los que sirven para superar cursos y promocionarse. La notas acaparan el protagonismo del sistema educativo convertidas en la piedra de toque del éxito personal y familiar. Es lo que, necesariamente, procuran los profesores en contra de lo que algunos pretenderían más interesados en la formación científica del alumnado. Una muestra más del agotamiento del sistema educativo español, y tantos otros, fatigado en su rendimiento para nutrir la ciudadanía del siglo XXI. Ha dado todo el de sí que podía – y bastante ha sido-  desde que a mediados del XIX se implantó, afortunadamente, como obligatorio. Pero sigamos con la Física.
  

 Aun siendo una ciencia englobada en la categoría de exactas, es  cambiante hasta el punto de que algunas certezas de otros tiempos no lo sean en tiempos posteriores. Incluso contemporicen proposiciones contrarias entre si. Valga de ejemplo la concepción griega del átomo, incluso la admitida en el siglo XIX, comparadas con la complejidad actual. O la coexistencia, durante siglos, de las teorías ondulatoria y corpuscular de la luz, siendo aquella de naturaleza continua y esta, discontinua. Y esto es así porque la aproximación a la naturaleza de las cosas y su comportamiento depende de los medios con que se pueda realizar: la mejora en el alcance y precisión de los instrumentos de observación y medida; los gabinetes, laboratorios, instalaciones y  materiales  experimentales; el lenguaje simbólico y conceptual; la formalización matemática y los métodos de cálculo; así como la libertad de expresión; las ideologías y creencias; los medios de comunicación, divulgación e intercambio; los dineros; las necesidades sociales…todos son factores que influyen en la consecución de, una cada vez más fiable, visión científica de lo que llamamos realidad sin que sepamos exactamente su significado. Y por supuesto la condición humana de quienes afrontan el extravagante reto de intentar ver la cara oculta de las cosas: la imaginación, el riesgo, el atrevimiento, la ilusión, la capacidad para asumir cambios y empezar «de nuevo», si es preciso. Y, claro está, el trabajo, la voluntad de arrancarle misterios a la naturaleza, la preparación para superar episodios críticos en que se tambalean las teorías y los fundamentos científicos, episodios resueltos con aportaciones novedosas, a veces aparentemente disparatadas. Esto es la ciencia. Y como tal, la Física que  ha ido superando baches y solventando revoluciones hasta llegar a la situación actual, un estadio transitorio más de su evolución que es, sin duda, una puerta abierta a ese continuo rastreo de huellas de que habla Rovelli. Búsqueda recompensada con el acercamiento a «la pura belleza» y con «unos nuevos ojos para ver el mundo».

    

Como consecuencia de esas dependencias para la generación del conocimiento, puede hablarse de «nuevas físicas» a lo largo de la historia, concéntricas y  subsumidas progresivamente: Física antigua, subsidiaria de la metafísica; Física de transición, mundana y racional; Física clásica, ciencia autónoma; Física moderna, más allá de lo visible; Física contemporánea, ciencia de la complejidad. Características dichas en forma muy simplificada, necesitada de las aclaraciones que haremos en su momento. Por ahora nos quedamos aquí con el compromiso que en entregas sucesivas hablaremos de estas «físicas» y de las aportaciones que los físicos –recomiendo la obra teatral del mismo nombre de Dürrenmatt (1969) que leí en la Biblioteca Municipal- han producido en «momentos estelares de la ciencia», como titula Isaac Asimov uno de sus apreciados libros de divulgación (1984).
    

Ánimo y a leer que es muy conveniente.

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